Ya dije alguna vez el placer que se obtiene comportándose como turista en la propia ciudad. Pero cuando el tiempo acompaña, hay un placer más grande aún y que todos deberíamos practicar de cuando en vez para mejorar nuestra salud mental.
Es algo tan simple como sentarse en un banco y dedicarse a observar. No vale hacerlo mientras se espera. Ese es otro de los secretos. Se trata de por un rato olvidarse del tiempo y si se me apura hasta del espacio. Dejar atrás los telediarios, los diarios y los notarios, y dejar pasar el tiempo mientras ves el mundo andando frente a tí.
Jugar a adivinar las vidas de los que pasan, construirles un pasado y un futuro sobre el presente que transita ante tus ojos, abandonarles tan pronto desparecen de tu vista y en caso de ausencia, mirar las nubes, y verlas agitarse en cielo, y cambiar de forma. Admirar los colores que nacen y mueren según el sol asoma o se oculta. Disfrutar de sonidos silenciosos y seguir el vuelo de los pájaros. Sentirse en cierto modo viejero astral en tu propio territorio.
Todo esto puede hacerse sin apenas moverse del centro de la ciudad. En uno de esos espacios prodigiosos que estaríamos todos obligados a redescubrir sin viajar. Se llama la florida, y está en Gasteiz. Todo un bosque interior, todo un centro de bancoterapia capaz de hacer olvidar por un momento hasta el euribor.
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