Todos los años, según se acerca la navidad llega el tiempo del regalo y la alegría, del marisco y el turrón, y tood en nuestra vida se tiñe con el luego amargo color del derroche. No se regala lo necesario ni a quien lo necesita, se regala por obligación compulsiva de hacerlo aún a costa de estrujar más el bolsillo que la imaginación.
Decía que esto ocurre cada año, pero es que cada cuatro, o menos aún si analizamos el complicado calendario electoral que nos ha tocado vivir, legan también los reyes magos, y la administración a quien le toque en suerte renovarse se ve de repente en una vorágine de alegría en el gasto similar a la que describíamos para las navidades. La diferencia es que nosotros gastamos de lo nuestro y ellos, también.
Me refiero, como más de uno habrá caido a esta carrera preelectoral de promesas con cargo a presupuestos. Promesas que tienen un elevado coste en relación con lo que solucionan. Promesas que son parches de trapillo pagados a precio de oro. Promesas que en muchas ocasiones no pasan de ser en el más puro sentido de la palabra demagogia (tal como la describe la R.A.E. Degeneración de la democracia, consistente en que los políticos, mediante concesiones y halagos a los sentimientos elementales de los ciudadanos, tratan de conseguir o mantener el poder.)
Sólo en esta clave cabe entenderse el tema de los alquileres, el de las pensiones, el de los niños y yo que sé que ocurrencia más, que seguro que las habrá visto que aún quedan casi seis meses para la cita electoral.
Para que luego venga el amigo Innerarity diciendo que la izquierda debe salir del pesimismo… (veasé el extenso artículo de opinión que publica hoy en Diario de Noticias, en cuyo fondo, que tien y bastante ya entraé con más tiempo otro día). Para que diga también que la izquierda no sabe leer la propia existencia del sistema de mercado y de la libre competencia en clave de oportunidad. Hay que ver como lo aplican a la oferta de quimeras y la demanda de poder, digo de votos.
Eso sí, lo malo de todos estos regalos y presentes con que nos obsequian aspirantes, y especialmente gobernantes es, por un lado que no nos dan sino que administran lo nuestro, y segundo, que de lo que nos viene bien, así aparentemente, que muchos de estos regalos están envenenados, se acueerdan cuando ya no les da tiempo de cumplirlo, y entonces claro, hay que darles otros cuatro años para que al final se acuerden de lo nuestro… País, que diría Forges…
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