Hay gente que abomina las rutinas por rutina. No entran a pensar en que lo abominable no es tanto la frecuencia como la sintonía. Bien es cierto que la saturación produce hastío y hasta hace a veces abominables cosas de por si maravillosas por lo extraordinarias. Pero aún en ese caso el problema no es la rutina, sino el inadecuado ciclo de repetición. Y es que en la vida hay rutinas leves y graves, libres e impuestas, deseadas y consentidas, agradable o desagradables. En el colmo del exceso los abominadores rutinarios de las rutinas abominan incluso la de tener cambios y sorpresas que rompan la rutina.
Tal es así que se quejaba uno de su vida rutinaria y cuando le preguntaron que cómo de rutinaria era el aburrido individuo respondió: Todos los días me despierto, abro los ojos y encuentro los de mi pareja que me sonríe. Nos abrazamos, nos besamos y hablamos o hacemos el amor mientras, eso si, nos acariciamos tiernamente. Despertamos a los niños, jugamos un poco con ellos y todos juntos desayunamos entre risas antes de irnos cada uno a nuestras ocupaciones. Nos vemos luego a la hora de comer y a las tardes. Paseamos, hacemos un poco de deporte o vamos al cine, y después de cenar, charlamos todos juntos un rato y nos vamos a la cama. Mi pareja y yo leemos, no siempre, comentamos el día y nuestras lecturas, nos abrazamos, eso siempre, y cuando estamos de humor y nos apetece, que es muy a menudo, jugamos con nuestros cuerpos antes de dormirnos abrazados. Lo último que veo cada día son sus ojos que van cerrándose.
Uno de los que le escuchaba llegó a pensar que en efecto aquel vivir rutinario era toda una desgracia. Pero al repasar su vida tan poco rutinaria, le pareció que esa sucesión de saltos en que él vivía, entre problemas de pareja, de salud, de trabajo, de economía, de familia, de vivienda y de todo tipo no era tampoco muy deseable. Ya quisiera él un poco más de rutina en lo agradable que de sorpresas nefastas que la vida le daba cada día.
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