Sigo con los corolarios a la mesa redonda del sábado pasado. Y es que esto de la cultura da para mucho. Decía yo que parte del error de base es que se trata de mover el asunto desde la oferta en vez de moverlo desde el de la demanda. Así entonces se plantean eventos, actuaciones y hasta edificios más pensando en la foto del que los abre o inaugura o en el visitante turista y ocasional que en los vacíos que se producen cuando están ya abiertos y resulta que entre semana no entra nadie de los habitantes con cuyos impuestos se han costeado los fastos. ¡No viene nadie! se exclama, ¡y eso que les hemos dado lo mejor del mundo! se apostilla indignado. ¿Pero se ha preocupado usted de que alguien sepa y valore que eso es en efecto lo mejor del mundo? Pues no, se da por supuesto. Error.
Yo me voy el fin de semana que viene a Madrid. Quiero ver una exposición que pone en relación al Greco con la pintura contemporánea. Iba a ir solo, pero se me ocurrió comentárselo a mi hija de doce años para que no dijese que no cuento con ella y resulta que se apuntó encantada, eso si, con una condición… ver algún museo más, así que iremos al Thyssen. Alguno me dirá… ¡Vaya suerte que tienes con tu hija! y yo le diré… no es suerte, son doce años educándola. Mucho trabajo. No siempre vistoso, no siempre agradecido. Mucho tiempo. Sin metas a corto plazo. Planteándose el tema como un proceso largo, tan largo como la vida. Porque cultura es, en su aspecto etimológico, algo relacionado con cultivar, con hacer crecer, con mimar y con cuidar lo que creciendo está. No es sólo ocio ni solo negocio. No es aburrido, o no tiene por qué serlo. Se trata, como las grandes cosas de la vida, de esas que crecen poco a poco con mimo y con paciencia para que duren lo que duran las grandes cosas, toda la vida. Para la obsolescencia ya tenemos el mundo de papeles y oropeles en que vivimos y los ocios con los que nos entretienen mientras nosotros nos marchitamos y a nuestro alrededor crecen las malas hierbas que nos quitan el sol y el alimento.
Leave a Comment