Publicado en Diario de Noticias de Álava el 4 de noviembre de 2014
Cuando era pequeño los domingos íbamos a veces a tomar el vermú a La Puebla y luego volvíamos a casa por Ventas y por el puerto de Vitoria. La frontera de entonces la marcaba el asfalto. El asfalto pelado, descarnado y endeble del enclave en contraste con el firme lustroso del resto de Álava. El bar donde sacábamos la ronda de medios bitter y kases de naranja se llamaba Palacios y a la vez kilómetro 333. Trescientos treinta y tres kilómetros de distancia a un Madrid al que entonces costaba cinco o seis horas llegar en coche y más aún en aquellos expresos de compartimentos con asientos de escai azul y fotos en blanco y negro de La Coruña o Albacete. Ahora que soy más viejo, aunque casi igual de pequeño, se tarda mucho menos en llegar a Madrid. Es todo autovía, no como entonces, que sólo existía entre Vitoria y Rivabellosa y entre el Jarama y Madrid. El tren, aún a falta de concluir la alta velocidad que avanza a paso de tortuga, tarda hoy menos de cuatro horas y por poder hasta podríamos ir en avión si hubiese aviones disponibles y aeropuertos abiertos. Pero da lo mismo la velocidad a la que vayamos. El resultado es el mismo. Es como si el 3 3 3 del kilómetro se convirtiese en el 5 5 5 de la rima graciosa. Vamos tres veces con tres buenas razones que presentamos por triplicado y nos responden cinco veces cinco con cinco rimas cinco de las de te la hinco. ¡Vaya marrón!
Esta cerrazón, que podría ser lógica en Madrid, hace aún más dura la rima porque en ella colaboran quienes más que como representantes nuestros actúan allí en beneficio ajeno a nosotros. Hablan de integración pero no hacen nada por ella. Es como si se guardasen el secreto de que en el fondo la integración que quieren es la de Álava en Burgos vía Treviño por si a alguno se le ocurre empezar a hacer preguntas como en Vic o en Arrankudiaga. ¡Vaya marrón! insisto.
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