Las fiestas del pueblo ya se han terminado. Un par de días más y en lugar de terminarse ellas terminan con nosotros. Así que uno termina cansado pero a gusto. Más aún cuando el último día es uno de esos momentos que sólo se viven en las comunidades pequeñas.
El lunes, mientras todos trabajan, mientras los que nos visitaron el fin de semana se recuperan de la larga noche del sábado, en La Puebla se celebra el día de fiesta cuasi privada. Con su procesión, su animación matutina, una comida popular que ayer nos reunió a 160 vecinos, el espectáculo de Gorriti y sus fieras, el baile de tarde, el concurso de disfraces, la traca y a agotar los pocos duros que sobran en el bolsillo.
Uno se siente como en una extraña isla de bullicio frente a la rutina de los días de trabajo. Tan cerca de la moderna autovía, a escasos metros de la línea ferroviaria, viendo como pasan junto a nosotros fibras ópticas, ondas electromagnéticas, y que se yo cuantas cosas que de repente se vuelven anecdóticas y que llamamos el mundo real, y a la vez tan lejos, tan aislados, tan diferentes.
Como todos los años, siempre igual pero siempre diferente. Que lo veamos muchos años…
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