Publicado en Diario de Noticias de Álava el 3 de febrero de 2015
Apenas acaba de empezar el año y ya se ha terminado un mes. Hace años el cambio de año era un acontecimiento y el de mes una rutina. Había que ir del cuarto a la cocina pasando por salitas y divanes repasando calendarios. Y no sólo en casa, también en talleres, comercios y oficinas había que pasar página y dejar a la vista el nuevo mes. Eran tiempos en los que no había quien no regalase calendarios. En la caja, en el banco, en la carnicería, en la tienda… Todos salían de la misma imprenta. Los de las Inmaculadas de Murillo, los del bodegón de caza y hasta los de la chica rellena de carne y escasa de ropa que decoraban talleres, gasolineras y cabinas de Pegaso o de Barreiros. Los había de pared, de mesa y de cartera. Con los de cartera jugábamos a largas y a cortas y corríamos de niños con tacos de calendarios que clasificábamos por su vuelo. Los mejores los de Fournier, con reglita y todo. Los calendarios iban pasando los años con nosotros y algunos incluso se quedaban aún gastados, tal era su calidad y categoría. Yo tengo algunos que guardo con orgullo, satisfacción y hasta algo de placer. Los de Eusko Ikaskuntza con sus fotos antiguas, los de Iruña-Veleia de cuando las cosas se hacían bien y con gusto y por supuesto los ases de oro de Fournier. Luego vinieron los solidarios y los meses se llenaron de carne y no hubo causa que no justificase un desnudo, como los guiones de las películas españolas de la transición. Y llegó la crisis. Y ya nadie daba nada, Por no dar, ni nos dimos cuenta de que ya no nos daban ni siquiera calendarios, solo comisiones, facturas y disgustos. Y tanto es así que este mes de febrero sólo he pasado la página del calendario del Diario, muy bonito por cierto, y me he encontrado con la frase de febrero. “Ez dakizu zer daukazun galtzen duzun arte” (no aprecias lo que tienes hasta que lo pierdes).
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