La deriva de los medios de comunicación me produce una preocupación creciente. Y digo deriva y no evolución porque, puestos a hablar de algo terminado en “ción”, el término a emplear sería más bien involución. La forma es mensaje y en la forma hemos ido trasladando los códigos de la prensa rosa a la prensa presuntamente seria, y el resultado de la mezcla es un amarillo intenso. La desinformación y la desintoxicación llega a límites dificilmente soportables para una inteligencia mediana, y eso, en el fondo es otra manera más de desmotivar y desmovilizar.
Hace años se conocen los mecanismos contradictorios pero confluyentes de la mitificación y la banalización. Se trata simplemente de que cuando no hay noticias se coge una cosa sin importancia y se trata como si fuese un gran acontecimiento, se mitifica, y lo contrario, cuando hay avalancha de grandes noticias se tratan como cosas banales para seleccionar tan solo las que pueden tratarse, se banaliza. Estos procesos antes tenían que ver o estaban justificados por el formato fijo de los informativos. Un telediario duraba media hora, hubiese o no noticias y un periódico tenía el mismo número de páginas más o menos.
Hoy se hace lo mismo, pero por distintas razones o con otras intenciones. Cae una nevada, cosa no sorprendente en invierno, y la noticia llena telediarios , cuadernillos y programas varios. Pero el tratamiento visual, el tipo de periodistas, las entrevistas, testimonios, los ganchos, los avances, todo es igual que cuando hablamos de las bragas desaparecidas de la pantoja o del último lío de justin biever. La nevada se mitifica. Pero luego se banalizan cosas serias, y todo Podemos acaba reducido a una coleta, y Syriza a una corbata, y los oscars son vestidos, y los goyas anécdotas. No hay cine, ni literatura, ni política. Sólo una salsa rosa que tiñe todo de amarillo.
Y los que contribuyen a ello son a menudo los propios trabajadores de los medios, que asumen y hacen suyas estas líneas editoriales y estas prácticas denigrantes y solo espabilan cuando su futuro laboral se banaliza y desaparece y entonces mitifican su papel como informadores en la libertad y en la democracia. Pero ya no pueden ponerse rojos más que de verguenza por lo que han callado y lo que han hablado, y sólo les sale el rosa con ribetes de amarillo en el que han vivido y nos han hecho vivir.
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