A alguien en Vitoria se le ocurrió hace ya tiempo crear lo que viene en ser y llamarse el consejo social. Tiende uno a pensar que la intención era crear un foro de diletantes dinosaurios cuya misión sería, por uno y otro lado terapeútica. Serviría como terapaia ocupacional para ilustres desempleados, y serviría como terapia catártica para nobles gobernantes que escucharían con placidez y estoicismo las académicas reconvenciones del tal consejo.
Era en definitiva algo parecido a un consejo de notables, un sanedrín de figuras, un senado de los vitorianos que en vitoria han sido aderezado con otros adornos más o menos funcionales.
Pero hete aquí que su cabeza visible, que lo fue también del consistorio, salió respondón, y como si de pronto sufriese a la vez un proceso de amnesia y de recuperación de la memoria, entendió que su misión era hacer lo que no hizo en sus muchos años como alcalde, o corregir aquello que hizo y que le salió rana.
No seré yo quien reniege de la experiencia que atesoran los que pueden tenerla por razón de sus años, cargos, lecturas y labores. Pero esto de los consejos de notables no acaba de resultarme muy claro cuando veo cosas que no acaban de cuadrarme. Quejarse de que no se les ha hecho caso es poco más que un alarde de prepotencia. No se si lo es, pero tengo claro que un foro de este tipo no tiene porque pasar de ser un órgano consultivo, y si acaso un ente generador de debates y controversias. Igual que tengo claro que el gobierno de la ciudad corresponde a quien corresponde, es decir, a los dignatarios electos, y a nadie más. Si tan claro lo tiene alguno que retome la vía de las urnas, y lejos de los altos y cristalinos torreones intocables de estos consejos de notables, descienda a la arena y al fango y pelee como los demás, a golpe de IBI y de bache, a sartenazo de presupuesto y pacto.
Vamos, que dicho de otra forma, abandónense los salones y frecuéntese más la cocina, que es donde entran los alimentos y se trasforman en comida sí, pero también en basura que hay que limpiar.
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