Publicado en Diario de Noticias de Álava el 10 de febrero de 2015
Hubo un tiempo en que los únicos muros en los que se ponían frases brillantes eran los de las paredes, especialmente las de los báteres de los bares. Por más empeño que pusiesen sus dueños en taparlo el ingenio convivía con la falta de gusto y, entre groserías y exabruptos, siempre encontraba uno algo interesante que leer. “La vida es una barca”, decía una de aquellas frases que firmaba Calderón de la Mierda. Y es la forma más educada que se me ha ocurrido para titular esta columna. Podía haber citado a André Dosil, protagonista de un cuentito de Manuel Rivas, que exclamó cuando murió su madre:¡Cagon la pena! Me quedaría corto en todo caso. Porque la vida es una barca que a veces se nos lleva a gente muy grande. Gente de mucho peso específico. Gente sonrisa. Gente especial. Gente de esa que consigue que prácticamente todo el mundo a quienes conoce pensemos que somos alguien especial para él. No es fácil. Hay que recordar nombres, y fechas de cumpleaños, y gustos, y horarios y circunstancias diversas, las buenas y las malas. Hay que buscar el vaso adecuado, saber si es hora de zumo o de vermú, si el pincho es frío, caliente o templado, si vienes solo o acompañado. Hay que tener los bolsillos llenos de sonrisas y las orejas vacías para escuchar historias. Hay que saber hablar y hay que saber callar. Hay que hacer las cosas porque si, y los favores sin más, escapando del hoy por ti y mañana por mi y empezando por el simplemente hoy por ti. Y ahí estaba la barca. Y todos mirándola con ganas de que se hundiese sin llevársenos a Iñaki. Hasta que al final soltó amarras y nos dejó con cara triste al borde del muelle. Sin palabras. Amarrados a los resquicios que nos quedan, que son muchos y muy buenos, y a las sonrisas que nos aguardan en la Unión y buena compañía de la buena gente para remar todos juntos en esta nuestra barca.
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