Cuando llegué a la taquilla de los Guridi no tenía muy claro que película iba a ver. La huella, que me atraía estaba en los Florida, así que la descarté. Pensaba quizás en sumarme a la vorágine y meterme a ver El orfanato, pero el perfil de quienes me antecedían en la cola de la taquilla y que al unísono pedían entradas para El orfanato me disuadió (soy muy raro pero detesto meterme en salas llenas de adolescentes en grupo o cuadrilla y ver la película entre risas, juegos, crujir de palomitas y demás circunstancias de la vida en las salas de cine). Así pues, y estimando que estaría más a gusto, y movido por el reparto y el director me dije, pues vamos a ver esta misma. Y me metí en Promesas del este.
Yo creo que, aún a espera de que me de otro siroco y vea las otras citadas, acerté. Me fui con buen sabor de boca y con la cosa de haber visto una buena película. Quizás tiene un bache de ritmo en su parte central, pero enseguida recupera el pulso. Es una historia de mafias, con los tradicionales ingredientes de la mafia, el restaurante, las traiciones, las intrigas, las amistades, los odios y las trampas. Pero tiene algo más.
No son italianos ni están en Nueva York o en Chicago o en Palermo. Son rusos y están en Londres. Tampoco abunda la violencia explícita, aunque cuando la tiene que haber la hay y además sin compasión, me refiero al trato fílmico. Pero lo más importante es que trata de personas, personas a las que uno acaba creyendo, con las que se emociona, con las que se decepciona y con las que acaba compartiendo un guiño de proximidad. Tiene además una trama bien llevada. Donde nada de lo que aparece es gratuito y todo va adquiriendo sentido a lo largo de la trama. Tiene su sorpresa, y tiene también es cierto, una galería de intérpretes que hacen creible el desarrollo de las cosas.
Si me tengo que quedar con uno elijo al viejo, a Seymon, a quien da vida Armin Mueller-Statil, y a quien interpreta básicamente con sus ojos. Pero eso no significa que olvide a los demás.
En definitiva, una inmejorable opción para escapar a una sala abarrotada y disfrutar de una de esas películas que cuentan cosas sin correr demasiado, vamos, de las que podrían perfectamente prescindir del dolby surround pero nunca serían lo mismo sin su guión.
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