Publicado en Diario de Noticias de Álava el 17 de marzo de 2015
Ser de una ciudad de provincias tiene sus ventajas. Mientras que en las grandes capitales los momentos planetarios escasean porque deben serlo realmente, en las ciudades de provincias cualquier cosica se nos convierte en momento planetario.
Recuerdo cómo fuimos los vitorianos a ver nuestros primeros grandes almacenes. Aquellos Jaun, Woolworth, Petit Prix. La emoción con que subimos a las escaleras automáticas de la nueva plaza de abastos. Hasta las vueltas que dábamos con el coche para inaugurar el excalectric del Alas o el cruce de trébol del seminario.
Pero como llevábamos unos años que de planetarios sólo teníamos maquetas, estos días andamos todos como locos con nuestro nuevo momentazo: una estación definitiva que nace con el difícil reto de durar más que la provisional a la que sucede.
Yo como vivo en el sur, cerca del centro, estoy estudiando cómo plantearme la excursión. No iré andando, no, eso son cosas del siglo pasado. Tendré que ir en autobús. La estación la he visto desde lejos, montado en el tranvía. Me vendría mejor, pero ya pare en Intermodal, en Honduras o en Boulevard la distancia a la puerta viene a ser la misma. Se vé que está todo bien pensado para el que viaja con maletas. Así que cogeré el bus para ir al sitio donde se coge el bus.
La estación parece amplia. Tiene un cobertizo en la fachada, muy alto, para que quepa bien el viento por debajo. Parece funcional, pero le falta algo. Le faltan recuerdos. Los recuerdos, los míos por lo menos, se han quedado en Los Herrán. En el sitio donde estuvo la estación del vasco navarro, junto a la de autobuses. Dicen que van a hacer algo para los niños, y digo yo que, con lo que gustaban los trenes a los niños, estaría mejor que bien hacer un guiño al recuerdo y fijar de alguna forma un espacio que evoque a aquel nuestro trenico, aunque sea con una maqueta.
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