Publicado en Diario de Noticias de Álava el 12 de mayo de 2015
Tiene el castellano palabras de esas que son como la vida misma, todo un compendio de significados y a la vez un marasmo de contradicciones. Una de esas palabras es carrera.
Hacer carrera es prosperar en sociedad, o sea llegar a esa privilegiada posición en la que, por ejemplo, ves retretas y celedones desde balconadas y balcones y no a pie de calle como un humilde mortal. Con un simple “la” que pongamos entre hacer y carrera, lo que hacemos es hacer la carrera. Eso es, en efecto, otra cosa, que aunque a menudo esté mal vista por los que han hecho carrera, es tan honrada e incluso a veces equiparable. Si le ponemos un “no” y un “con” es lo que nos pasa a menudo con los que han hecho carrera, y es que hay presidentes, diputados y hasta alcaldes con los que no hacemos carrera. No hay forma de reducirles a que hagan lo que es razón y deben hacer.
Siguiendo con el recitado de carrerilla, de hacer carrera es de lo que viven los taxistas, y carrera es lo que hacen o dicen que hacen los estudiantes en las universidades esas que fueron cuarteles, sanatorios y conventos. Y hablando de cuarteles y conventos, carrera es la judicial y también las clásicas vitorianas, la carrera militar y la carrera eclesiástica. Pero estas ya no son ya nuestras carreras por excelencia.
Ahora el gasteiztarra de pro tiene que comprar ropa de esa que por sus discretos colores sirve para que se te vea en las fotos del meteosat o del Google Earth, mallas de las que no mienten aunque engañen y el i-phone con su brazalete para ponérselo entre el codo y el hombro y con todo ello lanzarse a correr con causa o con motivo por las calles, sendas y paseos de la ciudad. Hoy por ti, mañana por mi y pasado por los dos. Pero siempre a la carrera. Y es que la Atenas del norte ésta en que vivimos ya no se sabe si tiene estudios o no, pero carreras, todas las del mundo.
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