Sirvan estas líneas para proponer al ayuntamiento un Anexo a sus contrataciones de obras y servicios que venga en ser y llamarse Anexo de condiciones acústico ambientales para maquinaria y otros elementos tocapelotas y rompesiestas.
Silencio en la noche, ya todo está en calma… así empezaba un tango de Gardel, de letra tierna y contundemente antibelicista por cierto. Así empiezan las noches de verano. Esas noches en las que el aire abrasa y quema la luna. Esas noches de bochorno en las que el suelo y la tierra tratan de quitarse el calor acumulado durante el día y dejarlo en el aire pero el aire ya está lleno. Esas noches que acaban en madrugares a veces frescos, y que antaño eran también silenciosos. Ahora la calma y el silencio son bienes escasos. A veces tratan de convencernos de que son los bares, borrachos y pendencias los responsables de su ausencia, pero no, en muchos casos es el Ayuntamiento.
De noche, donde uno espera oir el eco lejano del grillo, el croar de la rana o el ulular del buho o la lechuza, uno lo que oye es al camión de la basura. Perdón, “los” camiones de la basura, porque a cada contenedor corresponde un camión. Uno aprende a distinguir si es el del vidrio, o el de los envases, incluso si se trata del de los cartones o del de los residuos varios. El de la cosa orgánica, especialmente en verano no hace falta oirlo para reconocerlo, pero de la normativa de olores ya hablaremos otro día. Llegado que es el amanecer, apenas puede uno oir a los pajarillos del parque cercano. Primero tiene que pasar la barredora, luego el corta cesped, más tarde la desbrozadora, y si se tercia la barredora manual motorizada, esa que es como un enorme secador con motor de gasolina. Se anima el día y empieza el trasporte urbano, y los autobuses no son precisamente los más silenciosos, y dan inicio la obra pública y la privada. Las unas las contrata el ayuntamiento, las otras simplemente las legaliza, pero en uno y otros casos, hasta el ruido de marcha atrás de las máquinas deja mudo a Gardel, a su Tango y a la pobre madrecita que perdió sus cinco hijos hace cien años en el suelo de Francia.
Es por todo esto y por muchos otros ruidos que sería prolijo enumerar, que invito a los ayuntamientos en general y al mío en particular, ahora que hay esa ilusión del inicio de legislatura, a incluir en sus pliegos de condiciones administrativas y en los criterios de valoración de las ofertas una serie de principios de sostenibilidad acústica, la plasmación y valoración práctica de la ley del silencio, vamos. Cosas tan sencillas como exigir, o al menos valorar, los mínimos niveles posibles de emisión acústica de las máquinas empleadas en espacio público, sean camiones, autobuses, barredoras, desbrozadoras, etc. Y esto me vale lo mismo para adjudicar el servicio de limpieza o el de mantenimiento de jardines, que para las obras en vía pública cuya responsabilidad compete al Municipio. Establecer horarios, alternar zonas y hasta incluso crear una entidad de coordinación que concentre todas las actividades ruidosas en franjas apretadas de tiempo, y ya de joderse se jode uno de forma concentrada y descansa el resto del día o de la noche.
El silencio, decía Miles Davis, es el ruido más fuerte. Seamos nosotros entonces un poco más ruidosos.
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