Llevo acumulado un cierto retraso en mis publicaciones esta semana. No es tanto culpa mía como de una serie de factores que me rodean. El primero de ellos es la escasa duración del día, 24 horas a veces no dan para todo lo que sería bueno que diesen. El segundo es un afán casi quijotesco que me lleva a meterme en más cosas de las que la razón invitaría a penetrar. El tercero y más frustrante es la cantidad de energía que hay que gastar en impedir ajenos despropósitos, y lo que ello conlleva de perder tiempo para hacer realidad los propios propósitos.
En este último aspecto,es de señalar la contumacia con la que algunos pajarracos se dedican a sembrar cizañas y calumnias, infundios y sospechas. Los más tontos salen a la palestra. Los más listos o bien utilizan a los tontos o bien lo hacen de forma discreta e intentando no dejar pruebas.
Son alimañas. Son individuos que invitan a replantearse ciertas posiciones éticas o estratégicas sobre la violencia. Son conspiradores que buscan por encima de todo el provecho propio, que conocen los miedos humanos y las sombras que, en combinación con la ignorancia, pueden facilmente aprovecharse para sus objetivos.
Pero siempre sale algún quijote que, aún imposibilitado de la facultad o la ocasión de hacer, si que al menos se empeña en poner dificultades a los que quieren deshacer. El esfuerzo es arduo, el resultado incierto, pero la recompensa segura. Aún en el más absoluto de los fracasos uno puede seguir mirándose al espejo antes de dormir.
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