La conspiración que realmente existe es la que atribuye cada suceso violento a una gran conspiración. Es una trampa para que sigamos pensando que el sistema en el que vivimos es indestructible. Si no fuese por ello, no tendría mucho sentido seguir tragando a reyes, obispos, jerarcas y banqueros. Si no fuese por la certeza de que es indestructible y todopoderoso el sistema que nos condena al paro o al subempleo, que juega con nuestra salud, nuestra educación, nuestra jubilación y nuestras hipotécas para rato ibamos a estar aquí aguantando mecha. Pero claro, la verdad que nos cuentan, que viene a coincidir con la mentira en que vivimos, es que la inteligencia de nuestro sistema lo sabe todo, y que la fuerza con que cuenta es su complemento suficiente y necesario para que todo siga igual.
Las amenazas tienen que tener todo un despliegue de medios, como los malos de James Bond. Debe existir la panoplia suficiente de malvados gadgets tecnológicos como para que puedan lucirse James, la bella Moneypenny y hasta el bueno de Q, el que tiene pinta de pasar sus noches con ropa interior femenina en algun victoriano salón sado maso. Tiene que haber bajo una isla perdida o en la cima de un monte recóndito una guarida inmensa en la que miles de funcionarios del mal trabajan y desarrollan geniales inventos capaces de ponernos en peligro. Sólo así puede ocurrirnos algo malo, algo que, en todo caso, será sólo pasajeramente malo, porque los buenos, o sea ellos que dicen ser nosotros, siempre ganan aunque nunca ganemos.
Por eso hay que conspirar para negar lo evidente.
Que el saberlo todo no sirve de nada si no sabes de verdad lo que hay que saber. Siempre que hay un atentado de estos resulta que todos los atentadores estaban fichados, cosa que sabemos después de muertos y matados, lo que indica que estar fichado sirve mayormente para las necrológicas.
Que en un mundo donde es más facil comprar un arma que una piruleta no es complicado comprar unos fusiles de asalto y liarse a tiros en un lugar habitado y expuesto, como la terraza de un bar, y que para hacerlo a la vez en varios sitios, basta con un grupo de whatsApp. Los zapatófonos y el boligrafo trasmisor ya no son necesarios.
Que para hacer coincidir a unos flipaos capaces de ponerse un cinto de explosivos y tratar de colarse en un estadio, cosa que por cierto no consiguieron lo que pone un poco entredicho la perfecta preparacion del golpe, no hace falta irse a una montaña de Siria o una isla en el caribe, basta con juntarse en un piso de Bélgica.
En definitiva, que el sistema no puede admitir que es simple y llanamente vulnerable; que pueden crearse hecatombes con pocos medios, más de Mortadelo y Filemón que de James Bond, y que esto es posible precisamente gracias a las armas con que el propio sistema cuenta.
Al sistema y sus servicos de inteligencia les cuesta admitir que cada vez se parecen más a los economistas, que son capaces de explicar con absoluta precisión lo que ha pasado una vez que ha pasado sin que hayan sido capaces de predecirlo y en su caso evitarlo. Como dijo el jefe de seguridad de cierto rey al ser preguntado por este sobre su seguridad cuando paseaba… “si se refiere a la posibilidad de que quien atente contra usted pueda escapar le diré que es prácticamente imposible”. Es bueno saberlo.
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