La camiseta es un clásico. Una prenda que dejó el interior para hacerse evidente. Un soporte que comenzó expresando para terminar diciendo no se sabe muy bien qué. Pero sea por activa o por pasiva, las camisetas siempre dicen algo. Lo dice a veces su color, a veces su imagen y a veces directamente el texto que llevan impreso. Hablando de coloers, la blanca nos recuerda a Brando, pero si le ponemos un escudo ya hablamos de otra cosa, cómo cuando hablamos de la roja, de la camiseta, no de la bandera.
Si hay un color por excelencia para las camisetas del lado supuestamente oscuro de la música es, evidentemente, el negro. A partir de ahí cada tribu tiene sus claves. Si ponemos una calavera con greñas y enfadada el que habita debajo es un heavy. Un matadragones. Si ponemos un dibujo que evoque a series de culto, muy de diseño, muy cool, un dibujo centrado en la camisa de cuadros abierta y lo suficientemente bajo como para que no lo tape la baba larga y alargada hablamos de un hipster. Si ponemos una diana blanca azul y roja es un mod, un damero blanco y negro un ska, y así podríamos seguir hasta llegar a la más numerosa de las tribus camisetiles, la de los ramones. Un grupo punk y legendario convertido en una marca textil.
Y es lo que tienen las camisetas, que siempre dicen algo, hasta con la talla. Porque uno piensa que deberían ser incompatibles las tallas xl y superiores y las camisetas punks. Un punkie puede ser alto o bajo; tener cresta, pelo corto o calva al viento; ser blanco, asiático, negro o eslavo. Pero tiene que ser delgado. Famélico incluso. Es lo que tiene ser punk, que no deja lugar para el descanso a no ser que sea eterno. Por eso, si ves una camiseta punk a la que el cuerpo que lleva debajo le hace parecer una bola de billar número 8, desconfía o al menos toma nota. Usar los símbolos sin conocerlos también es una forma de decir algo.
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