Ayer comenzó diciembre a eso de las cero horas. Diecinueve horas y treinta minutos más tarde comenzaba, en la sala de actos de la Casa de Cultura Ignacio Aldecoa, de Vitoria – Gasteiz, la presentación de un libro. El libro no era otro que el titulado Galería de raros, subtitulado, Cinéfilos y cinéfagos que quisieron cambiar el paso de una ciudad, y firmado por Ernesto Santolaya. Ernesto optó por compartir la presentación de su libro con lo que la invitación denominaba Un sanedrín del viejo Cine Forum Vitoria, ni más ni menos que (por orden de intervención) Pedro Morales, Koldo Larrañaga, Jose Ignacio Vegas y Jose Luis Ramos.
La apuesta era arriesgada, el resultado impredecible, pero, permítaseme el simil taurino, era un poco como ir a ver a Curro Romero, una aventura que podía resultar soporífera o todo lo contrario. Hubo suerte y pudimos los asistentes, no muchos por desgracia, agitar las ramitas de romero.
Se trataba en principio de abordar lo que el Cine Forum Vitoria fue desde varias persepectivas. Era como una de esas películas en las que varios directores abordan un mismo tema o suceso desde su propio punto de vista. Pedro Morales hablaría de las aventuras para la formación y desarrollo del Cine forum en la Vitoria de los años cinquenta – sesenta, con todo lo que ello conlleva de serpentear entre las esquinas del régimen franquista. Koldo Larrañaga hablaría de la iglesia y el cine. José Ignacio Vegas del cine en el colegio, y Jose Luis Ramos de la revista cinecrítica y de las secuelas del Cine Forum, semana de cine vasco incluida. Ernesto Santolaya se reservaba la apertura y cierre del acto. Y todo fue tal como se esperaba. Y la charla se convirtió en un fresco, y el relato se superpuso a las circunstancias, y las anécdotas compusieron, y hablando de cine nunca mejor dicho, un auténtico western. Un western en el que salen heroes de western bueno, esos héroes descreidos y modestos, que cuentan con una sonrisa y sin dar importancia los tiroteos en que se vieron, sin ser grandes ni pequeños, sin aspirar a la gloria ni al dinero, o puede que tal vez intentándolo pero sin conseguirlo tal como se espera y consiguiéndolo a su manera. Esos héroes que terminan apartándose y partiendo hacia otras guerras cuando el western acaba, yéndose con la conciencia tranquila y el trabajo hecho. Gente rara, ciertamente, y más aún en los tiempos estos que no se sabe bien si corren, vuelan o están quietos.
Fue emotivo, ilustrativo y no acabó de madrugada. Mi padre contento, y yo también, algunos recuerdos de aquellos experimentos amateures los comparto, y hasta tuve mi huequito en la pantalla en una foto en la que ando corriendo junto a un cañón, en el campo de batalla que dejó el rodaje de Cronwell.
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