Hace años, en una asamblea, se debatía con pasión. De pronto uno de los asistentes, dirigiéndose a una persona que ocupaba un cargo público, le dijo: Quiero ir un día a visitarte a tu trabajo. Quiero hacerlo porque quiero mirar por las ventanas de tu despacho. Quiero ver cómo es de distinto el mundo que se ve a través de esos cristales. Porque tú antes pensabas distinto y defendías lo contrario de lo que hoy defiendes, lo mismo que yo sigo defendiendo, y lo único que ha cambiado entre tú y yo, es que yo sigo mirando el mundo desde las ventanas de mi casa y mi trabajo, y tú lo miras desde tu despacho.
Es una reflexión abierta. Es una pregunta más que una afirmación, y como pregunta buena tiene muchas respuestas. Es una pregunta de las que hace pensar. Se me quedó grabada.
En una primera lectura podría hablar de traciones y renuncias. De que las personas se acomodan cuando llegan a un cargo y se hacen conservadoras, siempre y con independencia de su ideología, conservadoras de su cargo. Algo de eso hay, no lo dudo, la experiencia así me lo ha demostrado. En general el problema de fondo no suele ser quién ocupa la silla, sino la silla en sí.
Una segunda lectura nos hablaría de la necesidad de funcionar con conocimiento de las herramientas disponibles como única manera de hacer funcionar la máquina. De poco sirven las posturas si no se hacen operativas, y gestionar lo público es caminar en el terreno de lo posible más que transitar en el de lo deseable. La cuestión que se deriva es la de situar en su punto justo el umbral de renuncia imprescindible.
Pero también podríamos hablar de la capacidad fagocitaria de los sistemas, de lo dificil que es a menudo cambiar los efectos sin cambiar las causas. Se dice a menudo que cambiar el sistema es una utopía, y sin embargo lo que a menudo la vida nos enseña es que la verdadera utopía es aspirar a cambiar de veras desde dentro, sin cambiar el sistema.
Podríamos hablar del papel que juegan los cuadros medios y bajos, los subalternos en la “sistematización” de los líderes. Hablo de todos esos conservadores de sus puestos y su estatus (funcionarios, periodistas, asesores…) que doran la píldora al poder sea quien sea y se convierten en definitiva en la materia de ese cristal que forma las ventanas de los despachos.
Yo sigo mirando la vida desde la ventana sin cristales de mis ojos. Pero la verdad es que respuestas veo pocas. Será quizás que la realidad son preguntas, y que lo único que hacen los cristales de las ventanas de los despachos es cambiar los signos de interrogación por los de admiración. No lo sé, y no tengo muy claro que quiera tratar de comprobarlo.
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