Bueno, vamos a dedicar la tarde del domingo a recuperar el tiempo perdido y no hallado, que entre pitos y flautas llevo una semana muy poco productiva en lo que a mi rinconcito se refiere.
Y qué mejor que comenzar con el apagón.
En el colmo del cinismo político ambiental, de un tiempo a esta parte está de moda protestar contra no se ya muy bien qué, apagando las luces cinco minutos. En un mundo de sombras como el que vivimos, mejor sería muchas veces buscar las luces que apagarlas, pero eso es harina de otro costal, del costal de las mantas que tapan y de las zonas oscuras de la administración, las finanzas, la política, etc. etc.
Lo de la protesta lo veo muy bien, si no fuese porque coincide en el tiempo con uno de los periodos de mayor despilfarro visual. Apagar cinco minutos el alumbrado para dar un descanso a los que instalan el alumbrado suplementario de navidad es, en todo caso un buen detalle con la clase obrera. Me refiero a los sufridos instaladores, claro está. Pero es que para más inri, la noticia saltó en Vitoria porque este año, el encargado de apagar las luces sufrió un percance y claro, como era fuera de horario laboral a ver quein es el majo que localiza a otro. Y todos celebrando el apagón a la luz de las farolas municipales.
Una luz que, por cierto, parece ser que nos regalan vistas las propuestas de subida que nos sobrevuelan. Una luz que nos permita ver y para la que estamos sacrificando nuestras vistas, y a pesar de todo sigue subiendo. El recibo un poco y la cuenta de resultados un mucho, pero sigue sin ser rentable el noble oficio de esquilmar al consumidor.
En fin, que en este laberinto de luces y sombras, y como decía el otro… ¡Luz, más luz! sobre las tinieblas de lo público y lo privado, y un poco más de respeto por la noche y sus sueños.
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