Cuando veo la barredora afanarse en su ruidosa tarea de limpieza pienso en el progreso. Pienso en la maravilla que representa. En ese operario solo, haciendo el trabajo que antaño hacían muchos hombres con sus escobas silenciosas. Ese operario que imagino brillante estudiante o artesano habilidoso que trabaja por un sueldo y condiciones similares, si no peores, con las que aquellos antiguos barrenderos hacían el suyo. Pienso en que esa soledad es sólo aparente. Porque la máquina que conduce la han fabricado operarios mal pagados en fábricas distantes que van cambiando de sitio en sitio según suben los salarios. Operarios que ensamblan piezas que se construyeron con materias primas que alguien extrajo en condiciones ínfimas de paises neocolonizados. Cuando oigo el ruido que hace el ingenio fruto del progreso pienso en los combustibles explotando en los cilindros de su motor. Pienso en los indios desplazados de sus selvas o en los beduinos condenados a sortear pozos para extraer el combustible del fondo de la tierra o de las entrañas de las rocas a golpe de fracking. El aroma de su escape me evoca a las tripulaciones de los barcos que lo transportan hasta nuestras costas, galeotes del siglo XXI, y hasta huelo el sudor de los camioneros, empleados disfrazados de empresarios autónomos a los que fijan el precio de los portes las mismas multinacionales que suben los precios del combustible el doble de lo que sube y lo bajan un cuarto de lo que baja.
Pienso en los consejeros delegados de todas las empresas que hay detrás de la humilde barredora. En sus chalets, y en sus coches de alta gama. Pienso en los emprendedores que generan aplicaciones que optimizan recursos, por lo demás generalmente humanos, en los diseñadores de uniformes, en los coachers que enseñan técnicas para motivar al conductor de la barredora, que no se sabe si le motivan o no, pero que arrancan salvas de aplausos en los congresos con nombres en inglés de explotadores de guante blanco y cuenta en instagran. Pienso en los jubilados firmantes de fondos de pensiones que cobran intereses en base a los dividendos de las acciones de esas compañías que pagan sueldos miserables a sus nietos. Pienso en el happy mundo que vive gracias al esfuerzo del conductor de la barredora.
Es el progreso. Esa fuerza de la naturaleza que consigue que el mundo funcione mientras brazo sobre brazo los desempleados nos entretenemos viendo pasar por delante nuestro la barredora, y rapeamos, sobre la base del ruido del motor y con el ritmo de los cepillos circulares maravillas sobre el progreso y elogios sobre este mundo en que vivimos mientras agradecemos que el progreso haya conseguido eliminar de nuestras calles el triste espectáculo de ver personas barriendo.
Y es que el progreso es eso. Las personas ya no barremos, ahora nos barren a nosotras.
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