Laguardia es un espacio singular. Este fin de semana he tenido la ocasión de disfrutar de sus calles, repescar recuerdos de infancia y constatar cambios y permanencias. Las murallas permanecen, y permanenecen puertas, y casas, iglesias y paisajes. Permanece también una singular manera de afrontar la vida, y una muy loable tendencia a disfrutar con la cultura como fiesta, y con la fiesta como cultura.
Así pues buscando un hueco donde esconderme y escapar de una conferencia que se iba poniendo plúmbea por momentos, di con mis huesos en la capilla del pilar en el preciso instante que la Agrupación Musical de Laguardia ofrecía su Concierto de Santa Cecilia. Lo primero que llama la atención es que un pueblo no demasiado grande tenga una completa banda de música, con jóvenes y no tan jóvenes que dedican parte de su tiempo al noble arte y ejercicio de la música. Lo segundo que la gene responda a este esfuerzo ocupando hasta el más pequeño rincón de la capilla. Lo tercero la demostración de que la cultura no tiene porqué ser algo ni triste ni aburrido.
Asistir a un conciento en el que se ríe la gente tiene su mérito, combinar arte y espectáculo también y concebir todo el conjunto con un objetivo tan loable como el de hacer disfrutar más aún.
En fin, lo dicho, que es bueno ver como todo esto permanece mientras se asiste a una de las cosas que más han cambiado estos años. Aquellas tascas con vasos de duralex y cántaras de un vino aspero, grueso, un vino cuyo olor algunos recordamos con nostalgia, se han convertido en auténticas aulas donde en cualquier momento uno recibe un cursillo tan natural como erudito sobre el vino, su cata y su vida. El secreto de la Rioja al descubierto. Aquí el vino, el rioja, es algo más que un producto. Es la vida misma, un tesoro que se cuida con veneración y que se mejora día a día. Un tesoro colectivo que todos asumen como propio pr encima de marcas y bodegas.
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