Hace un día de esos en los que a uno le gustaría ser viral. Que se le acercasen unos agentes uniformados y le conminasen a quitarse ropa, y que todo ello lo captase un turista de esos que acaba de sacar el móvil para hacerse un selfie. Sólo que un día como estos a uno le encantaría que los uniformados fuesen de la ertzaintza o de la udaltzaingoa, y que donde dije playa diga Dato o Virgen Blanca. Hace calor en Vitoria – Gasteiz. Mucho calor. Y todos tratando de mantener la etiqueta. Si echásemos arena y pusiésemos olas a batirla viviríamos más felices, no del todo, pero si más. Nos obligarían a quedarnos casi en pelotas, pero nos castigarían si nos pasamos del casi. Y es que esto de la ropa o te lo tomas a coña o la verdad es que no resiste ni medio asalto en un debate serio. Porque veamos. Uno se va a la cultural Donosti, baja unas escaleras, se pone a lucir el meiba añejo o el tanga de leopardo y no pasa nada. Si uno es una puede optar por cubrir sus pechos o no, pero esto último siempre que no sea para lo que biológicamente están básicamente las mamas, para amamantar, porque en ese caso surgen las dudas. Pero si apenas a unos metros, en una elegante cafetería de las del bulevar, se estropea el aire acondicionado y a uno o una les da por dejar la camiseta colgando del asiento en vez de colgar de los hombros, el escándalo está servido. Vamos, que al hilo, y nunca mejor traído el dicho, de la moral cristiana o musulmana, que lo mismo me viene a dar, uno nunca sabe donde está el límite ni el decoro. Porque puestos a ser funcionales la ropa básicamente era para no tener frío, y si su ausencia provoca calores, no es tanto cosa de la biología sino producto de la ideología. Y el caso es que aquí sigo con mis calorinas y la camisa puesta, pero eso sí, un día de estos me rebelo y lo convierto en un día de esos, de los virales.
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