publicado en diario de noticias de álava en diciembre de 2005.
No sé si se trata de una afirmación políticamente correcta o no. Pero hay días en que es difícil negar que es cierta. Días en los que un informativo pasa de ser un catálogo de muertes a convertirse en un muestrario tipológico.
Dos montañeros mueren sepultados en el Pirineo. Es una muerte por accidente. En Bayona, una mujer aquejada de una dolencia irreversible muere, presuntamente, a manos de su marido quién falla en su intento de acompañarla. Es una muerte por dignidad. En Bilbao un taxista muere degollado. Es una muerte incalificable y a la vez absurda. En Indonesia un hombre anónimo salta a la fama como víctima número 9 de la gripe aviar. Es una muerte por enfermedad. En Gaza un agricultor palestino muere tiroteado mientras labraba en la niebla. Es una muerte por error, demasiado frecuente y hasta fácilmente evitable, pero error a fin de cuentas. En California, un candidato al Nobel de la Paz muere tumbado en el interior de un penal. Es una muerte por equivocación.
De todos los tipos que he enunciado me preocupa e impresiona hoy el último de ellos. Morir por equivocación. Por la propia equivocación que llevó a Stanley “Tookie” Williams a una vida que facilitó el que fuese acusado de cometer 4 asesinatos, extremo que siempre negó. Pero también por la ajena al rematar la faena con el quinto asesinato, ejecución que dicen algunos, perpetrado en San Quintín. El número 1003 de los atribuibles al sistema penal norteamericano en su nueva etapa. Dice Schwarzenegger, mediocre actor metido a peor político, que no ve motivos que justifiquen la clemencia. Eso es equivocarse de plano, reconocerse incapaz de ver, incapaz de entender, confundir la realidad con la ficción. Eso por no plantear la cuestión más crudamente ¿Y quién es él para verlos?
25 años son muchos cuando se espera un día tras otro a una muerte certera. Son suficientes para que algunos reflexionen, para que se conviertan de hecho en individuos socialmente útiles, para que irradien un ejemplo y una vitalidad digna de mejor causa. Un hombre que habla contra la violencia, y que acumula nueve libros enfocados a alejar a los niños del mundo de la violencia y de las pandillas es más digno de vivir como hombre que de morir como asesino. Pero al no haber motivo para la clemencia, cosa ya de por sí denigrante, que la vida de uno dependa de la clemencia de otro, hemos dejado sin publicar los escritos que contenía aún esa cabeza, sin oír sus consejos, sin soportar la visión horrible de la rehabilitación como persona de un ser humano que se equivocó en su día.
Yo no sé que sentirán las víctimas en situaciones como ésta, en las que pasan a ser verdugos o al menos cómplices de ellos. Lo que tengo claro es que me duele que el muro que separa la venganza de la justicia sea tan endeble, que nuestro destino pueda estar en manos de alguien tan equivocado como para negar una de las grandezas de nuestra especie, la posibilidad de equivocarse y la capacidad para rectificar y rehacerse.
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