Publicado en Diario de Noticias de Álava el domingo 11 de diciembre de 2016
Hubo un tiempo en que los domingos se iba a misa. Había misas como aguas: mayores y menores. Las menores eran más de trapillo, pero las mayores, aquellas misas mayores de monaguillo e incienso, de coro y órgano, de liturgia cantada y llena de boato en iglesias vetustas y justamente iluminadas… aquellas no sé la fé, pero la afición al espectáculo ¡vaya que sí la despertaban! Es más, a las misas aquellas mayores, de las de altar repleto de oficiantes de distintos grados, se iba como a la ópera o al teatro, con las mejores galas.
Pero ya comenté hace unos pergaminos que aquí en Vitoria el tamaño no existe, sobre todo para la mayor. No hay plaza Mayor, comentaba, ni calle Mayor, pero es que por no haber no hay ni siquiera misa Mayor. Y eso que enterramos una buena cifra para desenterrar algunos paisanos, limpiar piedras, organizar visitas y, sobre todo, engrandecer nuestra vanidad de vitorianos en una catedral que, como muestra de generosidad, devolvimos limpia y maqueada al obispado para que organizase sus eventos, gesto que el obispo nos devolvió dejándonos el pórtico para organizar los nuestros.
La cosa es que yo pensaba que con tanta obra y hasta órgano nuevo, los turistas, y hasta los vitorianos, acudiríamos en masa los domingos para quedarnos arrobados en la solemne misa de doce viendo una misa de las de antes, de las que hacen afición, ¡como las que hacen en el mismo Notredame, oiga! Y como este puente me tocaba quedarme a vivir debajo de él me dije: pues lo mismo me animo. Pero empezamos mal. El obispado en su horario de misas evita el término mayor, y me comenta algún aficionado a las artes escénicas, que vivió en propias carnes la decepción que me ahorró. No hay misa mayor, sólo una misa más. En fin, que para este viaje no hacían falta alforjas ni catedrales. Vamos que Vitoria no es cómo Paris que bien vale una misa.
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