Publicado en Diario de Noticias de Álava el domingo 18 de diciembre de 2016
Érase una vez una ciudad que tenía parques, rotondas y jardines y entre ellos uno que destacaba por lo singular. Era un parque antiguo, de los que acumulan un par de siglos o más. Con árboles como de jardín botánico, arroyos artificiales, rincones románticos, montecitos y grutas como de cuento, y hasta con un quiosco desde el que lanzar bailables. En las largas y frías noches de invierno el parque se quedaba sólo y a oscuras, así que a alguien se le ocurrió que, llegando la navidad, sería bonito montar un gran belén y esparcirlo por todo el parque componiendo bucólicas y navideñas escenas. Dicho y hecho, se puso a diseñarlas y presentó el proyecto a sociedad y autoridades confiando en obtener triunfal acogida, pero, ¡oh sorpresa!, lo que recibió fue toda una colección de sopapos.
“Pero a quién se le ocurre poner un cerdo destripado” dijo alguien, “eso puede herir la sensibilidad de los niños”. Y roto el fuego, comenzó todo un rosario de comentarios y objeciones. “Lo de la noria no lo veo conveniente, es un reflejo de la esclavización del burro sometido a los intereses explotadores del ser humano”. “Mujeres lavando la ropa y hombres trabajando, ¡ja!, el belén es un reflejo de una concepción sexista de la sociedad”. “A mi lo de que Baltasar vaya siempre el último me parece que tiene resabios racistas”. “El ángel ese colgado del árbol no tiene arnés ni línea de vida, me parece una vulneración flagrante de los más mínimos preceptos de seguridad laboral, anuncia, sí, pero seguro.” “El herrero está dopado, yo creo que es una incitación al consumo de esteroides”. Pasó el invierno y el parque se quedó a oscuras y vacío mientras un comité analizaba los contenidos y consideraba la forma más conveniente de hacer un belén políticamente correcto y a satisfacción de todos. Y yo pensé, menos mal que en Vitoria ya estaba hecho.
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