Publicado en Diario de Noticias de Álava el domingo 15 de enero de 2017
Escribir es un regalo, y además un ejercicio espacio temporal. Escribo ayer y lees mañana, pero al final todo es hoy. Aquí estamos los dos, juntando manos y ojos, yo con un café, tú con un vermú. Serán cosas de la edad, porque yo hoy cumplo años, ¿o fue ayer? Que más da. La vida es un regalo si la sabes desenvolver.
Los regalos son un arte. Hay quien piensa que no, que son un dispendio, un derroche y hasta un deber impulsado por el capitalismo comercial. Pero no. Eso no son regalos, como no lo son los obsequios. Los regalos valen tanto como lo vale el tiempo que llevan dentro. Puede ser un instante o una eternidad, pero cuando los abres ves algo más que un objeto, ves al que te los regala pensándolos. Porque los regalos van envueltos. En papel o en sentimientos. Yo empecé a recibirlos ayer, que fue antes de ayer, y en realidad los recibo cada día, que puede ser hoy como puede ser mañana. Regalo es un vinilo con el que has crecido… un disco del 64… take ten…toma diez!!! Regalo es una foto del 67 a lomos de mi abuelo Pablo Fernández, el hijo de Jorge, el de la calle de la que un día hablaré. Regalo es un paquete de velas envuelto en cordones, porque, como bien lo sabe ella… lo que yo quiero es ve’las. Regalo es una charla con el amigo Rafa Moriel. Regalo es una cena que empezó con una comida, y que acabó cediendo el testigo de los regalos a un buen Amigo. Regalo es un par de horas de música en buena compañía y en mejores sueños. Regalo es un trozo de papel donde poner cada domingo unas tonterías. Regalo es abrir los ojos y ver la nieve, o la luna, o el sol, o la niebla, sin pensar que lo que ves es un castigo ni una ruina. Regalo es aspirar a que cada día te enseñe algo, te sorprenda algo, y hasta te de dé un poco de poesía, de Gabriel y Galán, de Lorca o de Rosalía. En fin, que me he puesto melancólico, cosas de la edad.
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