Publicado en Diario de Noticias de Álava el domingo 5 de marzo de 2017
El ser humano es un bicho que se hizo distinto a golpe de mitos y ritos. Mitos como el de la resurrección, ritos como el del entierro. Llegó a ello por los tortuosos caminos de la evolución, y siguió evolucionando. Y lo hizo destruyendo mitos y despreciando ritos. Y ahí vamos, descreídos de la resurrección y aventando cenizas en vez de sepultarnos.
El ser vitoriano es también un ser humano, pero lo es resistiéndose a este despojo de mitos y ritos, como resistían Asterix y compañía al invasor en su pequeña aldea de Bretaña. El ser vitoriano mira a sus vecinos y sigue creyendo en la resurrección de los agraviados mientras busca la forma de dar rienda suelta a su vocación enterradora a la par que aventa cenizas y vuela hacia el cielo hecho humo.
Había excalectrics en Vitoria cuando éramos pequeños Vitoria y yo. Uno en casa y otro en los confines de Zaramaga. El de casa está momificado en un armario, el del Alas lo enterramos. Enterramos coches a golpe de parking subterráneo, como yacen los míos de juguete en cajas y vitrinas. Y el tren, ese tren que nos llevó al mundo y nos lo trajo, también lo queremos soterrar, como ese tren eléctrico con el que todos soñamos y que yace junto al excalectric en el fondo de un armario. Es una herida, una cicatriz, nos dicen. Y sin embargo fue en su día excusa para crecer y es hoy como un hilo que nos sujeta al mundo y nos invita tanto a soñar con lejanos destinos como a coger las botas y acercarnos a nosotros mismos.
En fin, que somos enterradores, y eso no es ni bueno ni malo, pero importa tenerlo en cuenta a la hora de centrarse en los debates ciudadanos. Porque provoca sorpresa en nuestros dirigentes que el ser vitoriano se resista a tranvías o BRTs, pero es que lo que quiere y necesita es enterrarlos. Que propongan un metro, que hasta Bilbao lo tiene, y verás como nos ponemos todos de acuerdo.
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