Publicado en Diario de Noticias de Álava el domingo 9 de abril de 2017
Cada vez que oigo a políticos y opinadores pedir que se acate el criterio de los técnicos algo se me revuelve dentro. Soy de letras, casi un humanista. Me gusta mirar más que ver, escuchar más que oír, aprender más que enseñar, y cuando me pongo a pensar me gusta soñar. Escribo lo que sueño con la esperanza de que lo que hoy son letras puedan acabar siendo cosas, y para eso están los técnicos. Los técnicos no sueñan, y si les das poder lo usan para decirte que los sueños, sueños son, y para eso ya estaba Calderón. A los técnicos hay que pedirles que se esfuercen y conviertan en planos nuestros delirios. Para castrarnos ya tenemos bastante con los economistas.
Si le dices a un técnico que quieres una noche sin luces para poder ver las estrellas te hablará de megawatios y de amperios, no entenderá nada de Orión ni de los anillos de Saturno. Te dirá que es imposible, cuando lo que ocurre es que no entiende de sueños porque no los tiene. Sólo sabe poner en práctica lo que aprendió en la escuela, no piensa en inventar. Los inventos son obra de genios, sean ingenieros, ingeniosos o simples artistas, que sueñan y quieren despertar sin notar el cambio.
Los políticos a veces se escudan en los técnicos y te dicen, por ejemplo, que el tranvía irá a la universidad sí o sí. ¡Como si le hiciese falta al artilugio hacer un master! Irá porque lo han dicho los técnicos, esos que no viven en San Cristóbal cuando días como los que vienen a partir de mañana el barrio se vacía. Técnicos que guardan sus coches en sus parkings y no tienen que dejarlos en la calle. Técnicos que nos convencen de que precisamos lo que no queremos y de que una vez hecho nos acostumbraremos.
A mí al final todo esto me viene a sonar a aquellos déspotas ilustrados de hace siglos o aquellos tecnócratas del Opus del desarrollismo: todo para nosotros pero por encima de nosotros.
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