Publicado en Diario de Noticias de Álava el domingo 4 de junio de 2017
He visto últimamente una serie ya casi adolescente (tiene 13 años). Es de la BBC y se titula Norte y Sur. La acción discurre en la Inglaterra victoriana de los albores de la revolución industrial, esa en la que la opresión era evidente y la lucha de clases inevitable, no como hoy, que la opresión se camufla y que todos somos clase media, o eso nos creemos. Habla, como su título permite adivinar, del norte y del sur, pero siempre dentro de la mismísima Inglaterra.
Está bien esto de abrir los ojos y ver otros mundos. Porque nosotros nos tenemos por norte y tenemos nuestro sur. Cuando el sur se nos acerca nos sentimos a menudo sorprendidos, a veces recelosos, y, con ayuditas interesadas, hasta un punto belicosos. Somos, los de este norte nuestro, de brumas y lluvias. De tonos pardos y colores fríos, de luces tenues. A veces melancólicos, a veces introvertidos. A los ojos del extraño parecemos incluso huraños y desconfiados. Pero esos extraños también son hijos de sus luces. Lo son de cielos azules y tierras de ocre intenso. Lo son de soles que ciegan y de aires secos, de colores cálidos y vientos ardientes. Dan más por la bulería que por la melancolía y son a su manera extrovertidos. A veces nos parecen dejados, despreocupados y hasta un pelín inconscientes. Y viendo la serie de pronto uno cae en cuenta de que para los del sur de Inglaterra, ellos son el norte y nosotros el sur, y de que, camino del ecuador, para otros su norte es nuestro sur.
La cosa es que no es cuestión de magnitud ni de latitud, porque siempre hay un norte y siempre un sur, y son distintos, diferentes, pero si alguien cae en la tentación de pensar que uno está arriba y otro abajo, que piense en las agujas del reloj, porque el mundo es redondo, y si no le da para tanto, que piense que a veces el norte es el sur de otro norte, y el sur el norte de otro sur.
Leave a Comment