Publicado en Diario de Noticias de Álava el domingo 11 de junio de 2017
Me gusta pasear en bici por la vía verde y disfrutar sonriendo del paisaje, de sus colores y sus olores. Me gusta también irme fijando en el paisaje humano: esforzados de la ruta, korrikalaris, paseantes solitarios o en familia… Trato de saludar a todos, pero muchos ni responden. Tan concentrados van dentro de sus auriculares o de sus retos cronométricos que no tienen ni tiempo ni intención de convivir. Se ve que salen al campo porque no les da para encerrarse en un gimnasio.
Estos paseos por la vía verde tienen algo de metáfora vital. Uno arranca unos días con una meta fija, otros con el único objetivo de andar. En tu itinerario vas tomando decisiones que te llevan a uno u otro lugar, lo mismo da, si se sabe apreciar el ir tanto como el llegar. A veces te encuentras fino y avanzas con buen paso, otras estás cansado y tiendes a bajar el ritmo, dejar que te adelanten las mariposas y disfrutar oyendo como crecen las cebadas y los trigos.
Pero en la vía como en la vida normalmente no estás solo. Hay quien te adelanta, quien está de vuelta y quien avanza a su paso y vas con el tuyo dejando atrás. Hay gente que sabe que comparte la vía y facilita el paso al que llega. Hay quien por ignorancia no lo hace y hasta incluso quien no lo hace a posta y mala fe. Pero todos influyen en nuestra marcha. Unos porque te obligan a hacer entretenidos zig zags. Otros porque ocupan el ancho y conversan mientras tú te detienes y otros porque, aunque caminan a la par, no van ni juntos ni de la mano y nunca sabes si al pasarles por el medio les va a dar por quererse reencontrar y hacer que acabes con ellos haciendo un trío por los suelos.
Y así entre pitos y flautas pasan los kilómetros como pasan los años, y al final, en la vía como en la vida, poco más queda que las sonrisas o los bufidos que has ido regalando, a ti mismo incluido, por el camino.
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