Han terminado las fiestas de Vitoria – Gasteiz. Fiestas matronales, más que patronales, que por algo es que se excusan en la mayor gloria de la Virgen Blanca. Es hora de balances, y en cuestión de balances cada uno tiene el suyo. Los ediles generalmente triunfantes, los hosteleros llorantes, y los ciudadanos pues según les haya ido. Lo cierto es que algunas cosas si que son de comentar, por aquello que han tenido de novedad, y de hecho, varias han sido las novedades que este año se han acumulado en el ciclo festivo.
Podríamos empezar con la ocurrencia de la bota de plástico, verde como no podía ser de otra forma, con que se trató, aparentemente con éxito, de reducir el número de cortes en el arranque de las fiestas. Bien está que no haya cortes, pero viendo el Celedón desde la barrera y puestos a hablar de cortes, mejor sería que más de uno o una se cortase y dejase que el bueno de Gorka transitase sin tanto agobio y sin hacer necesaria la presencia de sus aguerridos acompañantes, sin los cuales uno tiene la impresión de que aún no habría terminado su recorrido por la plaza.
La otra novedad era la ausencia de toros, cosa que llena de regocijo a unos, de irritación a otros y de indiferencia al resto. La cosa es que terminadas las fiestas uno tiene la impresión de que se ha borrado algo sin tener el recambio a punto. Los toros, gusten o no, han sido casi desde su origen el elemento central de la fiesta. Los blusas eran gentes que se reunían para ir a los toros, y como iban juntos y la plaza estaba en las afueras, pues hacían el recorrido juntos, y juntos merendaban y ya puestos a estar juntos, juntos trasnochaban y juntos desayunaban. El paseillo era inicialmente la ida a los toros, y la vuelta para el centro empezaba cuando terminaban los toros. Los que no entraban a los toros, bien por presencia de principios o bien por ausencia de medios se quedaban junto a la plaza, y aguardaban al último arrastre para arrancar todos juntos la vuelta de los toros. El paseillo era de ida y vuelta. Pero este año, pese al bienintencionado intento de lamarle kalejira, no dejaba de quedar un poco absurda y deslavazada esta ida a ninguna parte y esta vuelta de la nada, sin hora ni motivo. Si a eso le sumamos, tercera novedad, que donde habia un colectivo de blusas ahora hay dos, cada uno con su ida y con su vuelta, pues ya el caos era aún más.
A mi me gustaba ir a los toros, más que ver a los blusas, pero bueno, aún admitiendo que los tiempos cambian, los cambios hay que hacerlos con sentido, y si se quita un sentido, un motivo y hasta una causa, habrá que poner otro, porque si no está es una vuelta sin ida, o una ida sin vuelta.
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