Publicado en Diario de Noticias de Álava el domingo 8 de abril de 2018
Llevo unos días constatando el hecho cierto de que, una vez más, se cumple aquello de que las soluciones que ponemos son la fuente de nuestros problemas. Esta constatación que venía certificando en los meses de verano se ha hecho también patente en estos días pascuales, tal como he tenido ocasión de comentar y comprobar en varios frentes.
La cosa es que en su día alguien opinó que no era presentable que el reino en todos sus oficios y lugares se quedase cerrado un mes entero, el de agosto. Y para arreglar el entuerto algún ingenioso ingeniero de calendarios, organigramas y planificaciones dio con la solución. “Cogeremos vacaciones de forma escalonada, de manera que negocios, oficinas y hasta ministerios no dejen nunca de estar abiertos”, dijo. Y zas, la liamos. Lo que antaño era un mes de asueto convenido y compartido se ha convertido en tres o cuatro meses de parón. Que si vuelve el mes que viene que esto lo llevaba uno que está de vacaciones, que si mejor el siguiente porque ahora me voy yo, que si ya casi lo dejamos para septiembre, que si casi mejor en octubre que ya estamos todos.
Y ahora resulta que con la semana santa empieza a pasar otro tanto. Que como era un desastre parar cuatro o cinco días, y aún más desastre ponerse de acuerdo en si la semana libre para llegar a lo siete días es la santa o la de pascua, pues abrimos las dos pero no estamos ninguna. Y ahí andamos, terminando un día como hoy una semana de esas en las que teóricamente todo el mundo trabaja pero en las que a la postre no se puede hacer nada, porque amigo, estamos abiertos, si, pero relativamente, que hay momentos para hacer y momentos para estar, si es que estamos. Eso sí, ya mañana todos a currar que tenemos que dejar todo acabado en quince días, que luego nos pilla San Prudencio y luego ya se sabe, casi que empieza el verano. Vamos, un sin vivir.
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