Publicado en Diario de Noticias de Álava el miércoles 26 de septiembre de 2018
Miro a veces en Gasteiz a ver si veo el Delorean en el que anda Kafka de regreso al futuro buscando argumentos para sus relatos. Un artista Franz. Escribió El Proceso como quien podía haber escrito El Laboratorio. La cosa va de una conspiración mundial del calibre de los protocolos de los sabios de Sion. Se trata de utilizar el tráfico y su regulación para domesticar a la sociedad y anular su capacidad de respuesta. Le llaman movilidad, le ponen adjetivos como sostenible, amable, calmada y más por el estilo. Usan rotondas como puntos, pintan rayas y siluetas como comas, ponen números y luces y señales y semáforos, muchos semáforos. Quitan aparcamientos y ponen trenes y autobuses que dan vueltas sin rumbo fijo. Los semáforos parecen programados, y lo están. Lo están para hacerte parar en paradas sin sentido, lo mismo da que seas conductor o peatón. Paras y avanzas sin criterio, obediente sólo a la luz. Caminas sin rumbo pero por tu carril bien marcado. Tu único empeño es saber si eres taxi, bus, ciclista, conductor o peatón. Cuando coges el tranvía miras el mundo pero el mundo no te ve, sólo ve el anuncio detrás del que miras el mundo. Si tienes prisa, el trasporte, sea público o privado, te la quita. Te enseña a ser paciente sin criterio, a esperar sin motivo y a parar sin remedio. Ves tu destino ahí cerca, pero no puedes llegar a él, tienes que dar un rodeo sí o sí. Y lo mejor de todo es que encima te van convenciendo de que esa inmovilidad en la que vives es movilidad. Digo yo que será por la cantidad de momentos que la “movilidad” te da para trastear con el móvil, porque si no, no lo entiendo. Y encima no lo ocultan. Dicen que Vitoria – Gasteiz es un laboratorio de movilidad. Y claro que lo es, un campo de pruebas de cómo conseguir que no se mueva nadie, ni en lo físico ni en lo mental. Y ahí andamos, todos quietos.
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