Publicado en Diario de Noticias de Álava el miércoles 3 de Octubre de 2018
Es impresionante ver esas viejas imágenes en blanco y negro de veteranos de la primera guerra mundial con tics, espasmos y temblores. Parecen gags de cine mudo. Personajes sacados de una vieja cinta de Charlot. Pero no. Son reales. Son víctimas del ruido. Del stress que producía el ruido de los obuses al estallar, aun sabiéndose seguros dentro de los refugios o en el fondo de las trincheras. Día y noche aguantando el cañoneo volvía loco al más valiente y torcía el entendimiento de cualquiera.
Y es que el ruido es un factor contaminante no siempre suficientemente valorado como tal. Eso sí, se nos llena la boca de labia verde, y hasta de cuando en vez decimos que vamos a hacer un mapa del ruido. Como alguna otra vez hemos comentado, luego esto del ruido lo callamos, porque resulta que mucho del barullo lleva la marca de la Casa Grande, ya sea en forma de servicio de limpieza, obra pública, jardines e incluso eventos lúdico – festivo – pedagógicos. Y es que a veces uno tiene la impresión de que quien programa, inventa, diseña y ubica ciertos acontecimientos no es consciente de lo que supone vivir junto a ellos. Vamos, que son cosas que quedan muy simpáticas según las inauguramos y al rato nos vamos y las dejamos funcionando todo el fin de semana o más aún. Es un poco como cuando despiertas al bebé para ver como se ríe y en cuanto llora se lo devuelves a sus progenitores y te vas dejándoles el canto y el llanto. O como cuando te vienes arriba y se te ocurre lo bonito que queda para terminar el itinerario por una exposición sobre el reciclaje, (cosa más green, oiga), montar una batukada a la que pueda apuntarse todo el mundo. Y ahí están, los integrantes del vecindario de los alrededores de la Plaza de La Provincia como aquellos fornidos veteranos de la guerra, los unos locos por el cañoneo, los otros por las veinte horas de batukada.
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