Publicado en Diario de Noticias de Álava el miércoles 5 de diciembre de 2018
Hay entre la población y quienes la gobiernan un pulso eterno y universal. A la primera le sale con frecuencia una venilla ácrata, y a los segundos una irrefrenable propensión a organizarlo todo. Cuando ambas tendencias colisionan es usual que se manden a paseo los unos a los otros. Vitoria es una ciudad afortunada en esto de los paseos. Es lo bueno que tiene estar en el centro de la Llanada. Cuando era pequeño los hacía de la mano de mis abuelos, y gracias a ellos tuve la suerte de conocer muchas de aquellas bellezas que tenía Vitoria para admirar, tal como nos hacía cantar Donnay: Arana, San Martín, Santa Lucía, Ali…
Creció la ciudad a costa de sus paseos y la autoridad competente pensó que sería bueno no perder tan sana costumbre y montó un gran anillo verde. Todo señalizado, mapeado y hasta con cartelitos de pájaros y matos. Pero a la población le salió esa venilla ácrata y se dijo: “a ver, a ver, que yo paseo por donde me da la gana”.
Y así es la cosa que hay cierta carretera que arranca del anillo y se va por los campos sin arcenes ni carteles, pero plagada de caminantes, ciclistas y hasta algún coche. La autoridad poniendo rótulos y haciendo folletos por un lado y la tropa viendo por sus pasos como se laborean las tierras, crecen los cultivos, y las huertas florecen y luego hibernan.
Me recuerda a aquel que pensó que la mejor forma de hacer un parque no era dibujarlo y confiar en que la gente no pisase el césped, sino poner el césped y al cabo del tiempo hacer los caminos por donde los paseantes dibujan los senderos con sus pasos. Así que en vez de mandarnos a paseo bien podríamos ver por dónde paseamos y poner cartelitos con los nombres de los cultivos, de las máquinas, de las tareas y hasta restaurar y poner en marcha algún molino abandonado no hace mucho, que tenemos mucho que aprender a pocos pasos de donde habitamos.
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