La reacción pública y privada, ante los más que presuntos malos tratos a que ha sido sometido un detenido este fin de semana, podría quizás explicarse acudiendo al cuento aquel de Pedro y el Lobo. Aquel en el que Pedro gritaba una y otra vez que venía el lobo para reirse de los que acudían en su ayuda y que cuando finalmente el lobo atacó a su rebaño, nadie le creyó.
Lo de los partidos en general es de cuento, pero de cuento de siempre. En este caso algunos callan o defienden lo indefendible, otros piden explicaciones y otros lanzan acusaciones y hasta sentencias. Bueno, si cambiamos el origen y destino de la agresión el esquema se reproduce pero al contrario, así que me da la impresión de que no se toman la cosa tan en serio como dicen.
Pero gran parte de la sociedad asiste con indiferencia cuando no con hastío a todo esto, y eso merece al menos una reflexión. Y esto ocurre, porque gran parte de la sociedad viene a identificarse con los engañados de Pedro y el lobo. Y lo siente por los corderos de Pedro, pero también se alegra de su escarmiento, aunque no pueda confesarlo. Pero esqeu además en el caso que nos ocupa, muchos de los engañados han visto además sus negocios, sus rebaños o sus huertas sufrir ataques de otros lobos o desgracias varias más o menos metereológicas sin que ello haya merecido el más mínimo movimiento de Pedro. Y claro, la gente también tiene memoria y lo recuerda. Y eso tampoco está bien. Digo lo de recordar.
Porque espectáculos como los de estos días recuerdan, y mucho, y hasta demasiado, cosas que estos demócratas de toda la vida parecen haber olvidado, y en la que algún actor sigue siendo el mismo, la guardia civil y el ministro de interior de turno.
En fin, que lo dicho. En esto como en el resto impunidad nunca, ni en mi nombre ni en el de la democracia ni en el del antiterrorismo. Uno lucha porque es distinto de su enemigo, no para hacerse igual, no para hacer lo mismo.
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