Publicado en Diario de Noticias de Álava el miércoles 23 de octubre de 2019
Vivimos en la era de la inteligencia, pero cada vez tengo menos claro de cual. Antes se era o no inteligente, sin más, pero ahora el escenario se nos complica por momentos. Hay muchas inteligencias y cada una tiene lo suyo, ahí está por ejemplo la artificial, que da a veces la impresión de que tiene más de artificial que de inteligente, o la militar, que aparece a menudo como ejemplo de oxímoron. Aquí en Vitoria hemos inventado la bus eléctrica. Es la que trae consigo la última criatura que, de momento, vamos a incorporar a nuestra vida cotidiana. La cosa es que esto de la inteligencia tiene que ver con el aprendizaje, y eso es un proceso que lleva tiempo, y claro, nuestra criatura es aún gestante y se nota, vaya si se nota, tanto que nos está saliendo un poco rebelde y con algunos rasgos de falta de inteligencia preocupantes para vivir en una ciudad como la nuestra. Me explico. Al BEI le ha dado por hacer lo que hacen los infantes cuando les dejas solos: ponerlo todo patas arriba y romper lo que se les pone a mano. Vamos, que está dejando los parques y jardines por donde pasa como dejábamos de chicos los castillos de arena que con tanto esfuerzo hacían nuestros padres en la playa. Pero eso no es lo peor. El bus inteligente nos ha salido tonto y resulta que según parece no sabe coger una rotonda. ¡En Vitoria, la ciudad de las rotondas! ¿Qué futuro le espera al pobre, por mucho que aprenda, si tiene que pasar por encima de un olivo porque no sabe hacer el giro? Y con estos antecedentes, ¿como vivirá su inteligencia entre tanto semáforo bobo, entre tanta supermanzana, entre tanto tráfico calmado, entre bicis patines, sillas y artefactos varios, incluidos peatones gasteiztarras? En fin, que como solía decirse por no arrancar en juramentos al ver las notas de los malos estudiantes: me preocupa la educación del chiquillo.
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