Publicado en Diario de Noticias de Álava el miércoles 26 de febrero de 2020
Hay en La Puebla de Arganzón un puente al que llaman de los milagros. Se levantó con gran despliegue de hormigón para comunicar, peatonalmente hablando, La Puebla propiamente dicha con la zona de bares, talleres y viviendas que quedaban entonces entre los dos sentidos de la antigua N-1. Poco uso tuvo. Al poco de construirlo se convirtió en la A-1 y se fue con todos sus coches y sus camiones unos cientos de metros hacia el este. Se le llama de los milagros porque por uno de sus lados se sube por una larga rampa, totalmente accesible, pero por el otro se baja por una abrupta escalera. Cosas de la RENFE y su amor por sus tierras. Vitoria, ciudad celosa donde las haya, ha doblado la apuesta y ha levantado orgullosa el puente a ninguna parte, al menos hasta que deje de llover. Corría un diciembre apenas mediado cuando, como es habitual en estos lares, con gran despliegue de medios, de comunicación y de los otros, se monto sobre la antigua N-1 la gran pasarela de Zabalgana. “Ya luego, cuando deje de llover y se seque la tierra, pondremos los accesos”. Y aquí estamos, mirando al cielo a finales de febrero y poniendo la mano sobre el barro a ver si llega el secano. Y mientras tanto ahí está la obra, tan grandiosa e inútil como un arco de triunfo, tan decorativa como el arco que marca el meridiano de Greenwich en la autopista hacia Barcelona. Y los ciclistas entrenando, que vaya cuestecita que va a tener el acceso cuando lo haya. Para Indurain o el bueno de Mikel pues vale, pero así para los tripitas que cogemos la bici de vez en cuando va a ser todo un Tourmalet, como el de Olaranbe. En fin, que uno no acaba de entender para que tanta prisa en hacer la foto, si luego hay que poner maniquíes para que se vea tránsito sobre el puente. Pero no hay que preocuparse, que en esto, como en otros casos, fijo que al final escampa.
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