Publicado en Diario de Noticias de Álava el 18 de marzo de 2020
Mi hija y yo solemos ver un concurso en la tele mientras comemos. Su nombre recuerda al de una de las cartas del tarot. Alguna vez hemos estado a punto de darle la espalda, sobre todo al observar cómo se comportan los que caen en una casilla que se llama “se lo doy”. El concursante tiene que dar lo que lleva acumulado a otro y sigue jugando. Son tres, y en eso que parece tan nimio aparece la pura y cruda realidad de lo que es ser insolidario y de lo que supone confundirse de bando. Hay participantes que lo usan de manera que, en vez de beneficiar a un compañero de juego, se lo quede el programa. Y no es ver quien gana entre los competidores, juegan para que nadie gane lo que no pudo ganar él. Y lo perdemos todos, compi. Da pena. Como la dan muchos comportamientos que vemos en días de zozobra como estos. Porque uno se espera lo que se espera de los grandes, a los que por cierto hemos visto que es posible pararles los pies y las cadenas a fuerza de ser muchos y unidos. Pero no. Son como esos acaparadores de papel, de conservas, de pasta y hasta de materiales sanitarios que precisan los que los necesitan y no ellos.
Pena da ver estos días la forma en que juegan su gajo del “se lo doy” los que siguen tirando de innecesarias compras online para que sus compañeros de correos o de repartos se acerquen al “pierde turno” de la salud. O los que aprovechan para limpiar el trastero y llenan de trastos las calles para que se las recojan operarios como ellos. Y eso por no hablar de los que ven (o vemos) cada vez más cerca el gajo de la quiebra porque entre los de arriba y los de al lado no hay manera de pillar el “ayuda final”. Y nos olvidamos de muchos a los que les ha tocado el “Me lo quedo” del riesgo de contagio por nuestro egoísmo. Menos mal que hay mucha gente capaz de caer en el bote y repartirlo. Y a esa gente buena: se lo doy.
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