Publicado en Diario de Noticias de Álava el miércoles 8 de abril de 2020
Hace años, en Vitoria, después del funeral de cuerpo presente, se acompañaba al difunto hasta la despedida de duelo. De allí seguían cura, monaguillo y jumentos, el número en función de la categoría del entierro, camino del camposanto en solitario. La familia recibía el pésame y los demás se iban de tabernas y portales. En muchos pueblos los hombres se quedan charlando fuera de la iglesia durante el funeral y retoman el silencio mientras dura el camino a la tierra, para seguir luego de bares o tertulias. El duelo es un acto social, siempre lo ha sido, antes quizás más.
Ahora parece que todo esto queda atrás, pero no para ellos, para los que se van. Y son muchos los que se nos están quedando sin celebrar. Duelos de héroes a los que tendremos que honrar. Porque oigo esto días hablar de ellos como de los que nacieron en una guerra y se nos mueren en una paz viralmente guerrillera. Pero son mucho más. En ciudades como esta son esos hombres y mujeres que dejaron sus tierras para rearraigarse y levantar las nuestras. Héroes del pluriempleo y de la cría, que con sus más y sus menos nos sacaron adelante y nos siguieron sosteniendo cuando, blandos de nosotros, nos ahogamos donde ellos aprendieron a nadar. Héroes de la adaptación al medio y a los medios, que nacieron con la radio y que han sido capaces de guasapear a sus nietos. Héroes de alegrar fiestas y navidades con juguetes hechos a mano y con mucho corazón.
De los ilustres tenemos noticias, de los demás sólo esquelas y a veces ni eso. Y más allá de los aplausos que repartimos, habrá que hacer algo con sus duelos, porque se lo merecen. Quizás un minuto de silencio cuando vuelva el ruido, quizás un poquito de esfuerzo, para que, olvidándonos de clases, tengan todos ellos los funerales que se merecen, con órgano y con coro, y con abrazos, muchos abrazos y palmadas en la espalda.
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