Publicado en Diario de Noticias de Álava el miércoles 15 de mayo de 2020
Se nos llenan las redes de palabras y nos enredan. Por eso a veces conviene seguir el sabio consejo y, hablando de procesiones, salirse de ellas y verlas pasar desde fuera.
Hablamos de cosas esenciales, y cada cual tiene las suyas. Es difícil de entender que la misma boca mande a trabajar a quien no lo desea y obligue a estar mano sobre mano a quien más lo necesita. Hablamos de progresos y lo hacemos arriesgando retrocesos. Dejamos salir a trabajar en grupo y sudar al alimón, pero solo podemos llorar de tres en tres. Sacamos a los perros y encerramos a los críos. Cerramos las tiendas minoristas pero dejamos abierto el Amazón. Suprimimos mercados para luego abrirlos mientras abrimos los grandes en festivo para luego no cerrarlos Hablamos de solidaridad y con la misma mano que aplaudimos votamos lo que votamos, escribimos las notas que escribimos y hasta compartimos lo que compartimos, y así nos van las cosas. Hablamos de cambios y seguimos haciendo más de lo mismo.
Y claro, al final la gente se pierde. Y es que aunque en principio la política en su praxis tenga más que ver con la estética que con la ética, hay cuestiones que, derivadas de esta última, nos pueden ayudar a comprender el desconcierto en que vivimos. Repasaba estos días algunos manuales de ética que me tocó estudiar en filosofía, y en apenas unas páginas estaba la respuesta: Consistencia y Generalidad, el fundamento último de cualquier sistema de valores. En tanto que los principios sean inconsistentes, dejan de ser principios. En la medida en que su aplicación no sea universal comienzan a ser fines más que inicios. Y es difícil conseguir que la gente crea en algo particular e inconsistente con lo que no se identifica, salvo que, bajo esa aparente falta de principios, se oculte algo cada vez más evidente, que cada cual defiende los suyos. Y en esa pelea estamos.
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