Publicado en Diario de Noticias de Álava el miércoles 30 de septiembre
A veces es bonito fijarse en un detalle y divagar. Vas de paseo, encerrado en tu mascarilla y de pronto algo llama tu atención. Son las siete de la tarde, pero el reloj, no un reloj cualquiera sino EL RELOJ, el de la Plaza Nueva, marca las doce. Ocurre esto desde hace algunos días y a cualquier hora, y según parece así seguirá sucediendo algún tiempo más. Lo primero que uno piensa es que la esfera con sus números, agujas y demás maquinaria va a juego con la institución que preside, lo cual podría ser motivo de tristeza, o no. No siempre moverse es mejor que estar parado. ¡Que se lo digan aquel que dijo lo de que “estábamos al borde del abismo pero llegué yo y dimos un paso al frente”! Lo segundo siendo vitoriano y humilde es que no podía ser de otra forma, en esta ciudad nada es entero, ni siquiera el día o la noche, que somos urbe de medios días y medias noches. Lo tercero es que como todo tiene su lado bueno podremos, mientras dure este parón, escuchar el carillón con La Paloma de Iradier cuando nos de la gana, porque aquí siempre son las doce, diga lo que diga el meridiano de Greenwich o su porquero. Lo cuarto es que quizás todo esto sea un mensaje sibilino. Si aplicamos la frase aquella de que hasta un reloj parado da la hora exacta dos veces al día sobreviviremos más tranquilos en estos tiempos de zozobra. Consuela saber que nuestro gobierno acierta, sin hacer nada, al menos en un par de ocasiones por jornada, lo que no es poco si lo comparamos con lo que sucede por otros lares. Y por último pudiera ser también que alguien haya atendido el ruego del bolero y vista la locura en la que vivimos hubiera decidido que efectivamente va a ser mejor que el reloj no marque las horas, aunque según qué doce sean lo mismo con lo que nos quedamos es con la noche perpetua para que nunca amanezca. Eso sí, con La Paloma a todo tren.
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