Ayer, con no tanto público como la ocasión merecía, entiéndase que el ponente no era Ken Follet sino el más cercano Cesar Gonzalez Minguez, asistimos un grupo de privilegiados a una interesante conferencia con el sugerente título de “Historia de las mujeres y violencia de género” en un acto organizado por la Bascongada de Amigos del País.
Recuerdo así mismo otra conferencia organizada por la Bascongada también, pero en esta ocasión con la presencia del ilustre ilustrado Pedro María Etxenike, en la que éste venía a afirmar que, ante la imposibilidad de mantener más allá de 15Â ó 20 minutos la atención, los asistentes se dedicaban a partir de ese momento a ensoñaciones varias. Así pues, y para no destripar el futurible artículo que Cesar extraerá de su preparación de esta conferencia, no voy a hablar tanto de la historia de las mujeres como de las ensoñaciones varias que su disertación me produjo.
Mientras le escuchaba, en mi cabeza se fueron uniendo, fundiendo y confundiendo varios frentes de lucha, varias batallas, distintas guerras cuyos ataques y defensas se entrecruzan.
Estaba la batalla de los géneros, tan complicada y, tal como nos ilustraba el conferenciante, tan traida de la mano de nadie en lo que a historiografía se refiere. Con sus contradicciones, sus idas y venidas y lo que se quiera, pero más presente hoy que nunca, o que siempre, que ni en eso es fácil ponerse de acuerdo.
Estaba también la lucha de clases, la hoy denostada, olvidada y hasta ridiculizada lucha de clases que, sin embargo, ahí está. Puede que algunas clases clásicas ya no existan. Puede que otras hayan cambiado de estrategia y hasta de esencia. Pero hay una, que con mejor o peor nivel de vida sigue existiendo y además es cada vez más numerosa, los parias de la tierra, la famélica legión de clientes y paganos.
Estaba por fin la guerra permanente en que viven los pueblos en busca de su propia identidad. Los pueblos sin estado, los estados sin nación. Todos en busca de lo suyo, para inventarlo o conservarlo, para justificarlo o condenarlo.
Son como digo frentes distintos con distintos bandos y armas distintas. Pero hay un elemento común a todos. La guerra de los nombres, la batalla de las palabras. Y por eso mi ensoñación me llevó de repente a inventar una nueva palabra. Los matriotas. Los que hartos de la batalla de los géneros; sin renunciar a nuestra identidad cultural; sin ignorar la historia buscando en ella inspiración y no hipotecas; sin dejar que las ramas nos oculten el bosque de la explotación y la injusticia; sin ningún problema estamos dispuestos a abandonar el término patriota.
Patriota suena a patria y a padre y a machismo rancio, y hasta a puerta de cuartel, todo por la patria. Tan patriota eres tú como yo podríamos cantar si no fuera porque algunos no lo somos. Al menos de esa forma y manera. Porque algunos buscamos más bien caminos de convivencia; ese internacionalismo del que hablaba el otro día; ese ansia de construir un pais justo en un mundo justo, el comunismo sostenible que decía también otro día; un país en un planeta donde no haya opresiones de género, de identidad ni de clase.
Así que, para distinguirnos, diferenciarnos y hasta por hacer un homenaje a nuestras madres, que bien que se lo han currado, yo propondría que nos reconozcamos como matriotas, y que para distinguirnos de los que hablan de la madre patria, hablemos nosotros de la hermandad matria.
[…] que también comenté en este espacio que pronunció Cesar González Minguez en la bascongada (ver crónica). En aquella ocasión como en esta me dediqué a mis propias reflexiones mientras leía las […]