Hay rachas buenas, malas y peores, pero lo cierto es que según vas sumando años, las malas tienden a convertirse en peores y además a hacerse más frecuentes. Ayer, mientras escribía unas líneas sobre Javi Ruiz me enteré de la muerte de Iñaki Pérez Beotegi, Wilson. La verdad es que era algo que sabíamos que estaba al caer, pero la verdad también es que nunca sienta bien.
Tuve la suerte de conocer a Iñaki no hace mucho, pero si lo suficiente como para pasar muy buenos ratos con él. Un tipo peculiar. Muy peculiar. Uno de esos ante los que uno no puede evitar sentirse delante de la historia, pero a la vez, alguien poco dado a contar historias, y la suya, en la parte supuestamente más importante, me da a mi que menos aún. Pero en todo caso un compañero de barra de los de no olvidar.
Coincidíamos casi a diario en la esquina de una barra, en eternos vermús en los que, por su parte, corría el vino y, sobre todo, los ducados, y el buen humor, y esas conversaciones “intrascendentes” en las que sin embargo se cuelan de cuando en vez anécdotas y txaskarrillos. Poco relevantes para la historia, pero del tipo de historias que te hacen ir reconstruyendo a una persona.
Su vozarrón es dificil de olvidar, y también ese porte un poco chulesco, pero tirando más a ese tipo de fanfarrón simpático. Aún recuerdo el disgusto que le causó esa costumbre suya de hablar con su estilo y desparpajo habitual cuando un periodista le jugó una mala treta, le grabó, le editó y le echó a los pies de los caballos. Si hay algo más allá ahora estarán pasando lista a la sarta de improperios que salieron de su boca… Pero luego la verdad es que tras esa máscara aparecía con frecuencia una sonrisa, la sonrisa que delata que detrás de la Historia, hay siempre algo más importante… las historias que hacen de un montón de carne y huesos una persona.
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