Seguimos con la segunda entrega de este drama electoral en tres actos que hemos titulado el desencanto. Hoy abordamos el segundo acto.Â
Segundo acto. Un fracaso social.
Los profesionales han puesto sus medios y su buena voluntad. Han puesto incluso su trabajo y su pecunio, bueno, o el de los contribuyentes, que eso también tiene su miga… y la sociedad les ha dado la espalda. ¿Por qué?
En primer lugar porque a muchos ha venido muy bien desde hace años crear una sociedad de hedonistas desmovilizados, pendientes de su hipoteca, de su coche tuneado, de sus vaciones en el caribe, de mantener su trabajo o su pensión o hasta de sus giras, libros y realizaciones.
En segundo lugar porque los pocos dispuestos a no dejarse pisar no tienen donde poner el pie. Están desencantados. Y lo están porque los profesionales se lo han currado desde hace años a fuerza de defraudarles.
En tercer lugar, porque fruto de todo ello, del “yo acuso”, del yo me defiendo con “y tú más”, del no le creas al otro y espera a que te engañe yo, de la técnica de la sombra generalizada, lo que realmente se ha generalizado es el sentimiento aquel que se resume en aquello de “todos son iguales”, que en todo caso los optimistas compulsivos matizan añadiendo “o por lo menos parecidos”.
En cuarto y último lugar, esa desmovilización ha hecho que la gente viva absolutamente desideologizada, y claro, en ese contexto no cabe el mensaje sutil ni casi el mensaje. Esto es cada vez más una cuestión publicitaria, donde como mucho podemos aspirar a mensajes tipo bmw, volkswagen o audi, que parecen decir mucho para no decir nada y dejar a todos satisfechos. La polisemia del bullshitting echa ciencia política. Sólo que, en este terreno de la publicidad si que está permitido usar como idea fuerza la de que el miedo al otro prime sobre el amor a uno, y así nos va.
Mañana Tercer acto. El fracaso nacional
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