Hoy es el día del libro. Una buena ocasión para comprar un libro, una mejor para regalarlo, y en mi caso, un buen momento para evocar algunos recuerdos. Hacerlo además desde la perspectiva de aquellos para los que el libro no ya es que sea cultura, sino que es una cultura, una forma concreta de vivir la cultura.
El libro es entonces un todo significante. La unión de forma y contenido. El libro es un objeto, con su plástica, con su propio valor y significado. Un libro es además una experienca para todos los sentidos. Además de leerse puede verse y disfrutar con ello, con su lomo, su portada, sus tipografías, sus fotografías si las tuviese. Puede también disfrutarse del tacto de sus hojas, de su peso y su volumen. Muy a menudo, es un grato sonido el que hacen sus hojas al moverse, el propio volumen al cerrarse. Y que decir de su olor, ese olor que nos habla de sus edad o de su origen, ese olor a biblioteca. Y alguno preguntará ¿y el sabor? Pues bien, unos lo disfrutan por su forma de pasar las hojas, gozando del sabor a tinta y papel pegado a la punta de sus dedos, y muchos, siendo niños, hemos gozado con el sabor de sus páginas enteras, arrancadas y hechas bolitas en nuestras bocas.
Los libros forman para muchos una estampa viva de nuestro recuerdo. Y días como hoy, y en Vitoria, uno no puede menos que evocar aquella librería que por años fue “la librería”. El linacero. Con su suelo de madera, su sótano sus eternos dependientes, sus montañas de libros, plumines y otros objetos escolares. Uno iba iniciándose de la mano de su padre, y poco a poco iba creciendo hasta poder presentarse sólo ante aquel Paco y su chaquetilla azul que era casi como un mago, el genio de los libros y los lápices. Y entonces te reconocía, y te decía aquello de hombre tú eres el hijo de Jose Ignacio, y crecías un poco más, rodeado de libros en una vieja librería de una ciudad pequeña. Â
ya me acuerdo del perro, algún día habría que hacer un catálogo de los perros célebres de la ciudad, porque me viene a mi a la memoria el que estaba también en unas lavanderías al lado de marianistas y que a diario aguantaba impasible el transitar de todos los “cafres” que salíamos del colegio
Algún poeta dijo que escribir poesía era rememorar los tiempos futuros, y yo tengo la misma sensación cuando voy a comprar libros. No voy a menudo, porque mi situación actúal no me lo permite, pero cuando al fín estoy delante de un montón de libros, imagino los momentos que pasaré leyéndolos. Mi padre cuando era niña (y no tan niña), me regañaba porque él creía que los libros (como los novietes)
de uno en uno. Pero yo me justificaba diciendo ,siempre quise leer éste, y no tengo ningún libro de lo otro, me interesa mucho de lo más allá, y ya se sabe no hay restricciones cuando una niña tiene interés por algo.Mi progenitor sinceramente pensaba
que sería algo temporal. Y hoy día del libro, me planto delante
de la cajera con media docena de libros, un coche de bebé, con bebé en su interior comiéndose (también) la esquina del
cuento la casita de chocolate, cuatro bolsas de la compra, y
feliz porque hoy cuatro décadas después, sigue siendo
un buen día ,como Diógenes, para llevar a casa todo aquello
que nos haga rememorar el día de mañana, por supuesto, leyendo.
(Ah, la librería de mi infancia fué Mainer, junto a la iglesia de S.Pedro, y recuerdo a aquel enorme pastor alemán que siempre dormitaba en la puerta, y ¿puede ser que diera la pata a los clientes?)