He leido con preocupación que los ataques de los buitres se van acercando a la capital. Con preocupación y con sorpresa. ¡Cómo si fuese más grave que se acerquen a la capital o se queden lejos de ella! ¡Cómo si precisamente la capital, por aquello de que hay más capital, no sufriese ya desde hace tiempo el ataque de los buitres!
Porque por una parte tengo la impresión de que al pobre ternerito poco le importa si le despiezan en la Plaza de la Provincia o en las faldas del Aratz. Tampoco tengo muy claro que le importe algo, y una vez despiezado lo doy casi por seguro.
Por la otra me temo que debiéramos preocuparnos más de los buitres que dan vueltas alrededor de nuestra cartera que de los que hacen círculos muy por encima de nuestras cabezas, porque los primeros ganaran dinero hasta con las desgracias que causan los segundos. Y esque poco a poco se nos va quedando a todos, bueno, a casi todos, cara de ubre reseca por exprimida.
Nos invitan a que usemos las tarjetas y luego nos cobran por ellas. Nos convencen de lo útil que es el movil y luego nos sacan los cuartos a espuertas. Nos hacen soñar con la independencia que da el coche y luego nos ponen las gasolineras en las nubes. Nos reclaman valentía para emanciparnos y luego nos joden por generaciones con las hipotecas. Nos asustan un poco con aquello de la incertidumbre de mantener todo lo que tenemos y luego nos fríen a pólizas de seguros. Nos llenan el territorio de presas y molinos, nos hablan del calor ecológico, nos iluminan la vida y luego nos dejan fríos con sus facturas.
Y nosotros mientras tanto, preocupados por los buitres y poniendo a caldo la Virgen Blanca
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