El pasado sábado tuve la ocasión de acudir a una de esas celebraciones que pueblan el calendario de nuestros pueblos. Pueden parecer peqeuñas celebraciones por lo exigí¼o de la asistencia, por lo remoto del paraje, por la ausencia de notables y periodistas. Pero son sin embargo grandes en historia, en tradición y muchas veces en significado también.
Aupada a una montaña está la ermita de San Formerio. Desde ella, cualquier otro día que no fuese el sábado, que hay que ver la mañanita que nos salió, se alcanza a ver Miranda, La Puebla, Treviño, vamos, todo un prodigio paisajístico. La ermita guarda los restos de San Formerio, un pastorcillo martirizado por el canalla de aureliano allá por el siglo tercero. Del cuidado y atención del templo, su continente y su contenido se encargan los seis pueblos que rodean el monte donde está la ermita, Pangua, Burgueta, San Esteban, Añastro, Lacervilla y Estavillo. Cada año y por turno riguroso es uno de los pueblos el que asume la responsabilidad, y el traspaso de poderes se registra en un libro donde firman los alcaldes. Bueno pues el sábado tocaba. Y allí que nos fuimos entre la lluvia hasta el alto, y vimos cómo paseaban al santo, bueno, concrétamente su cráneo, y tras la misa y antes del vermucito pasaron todos por la firma y cada uno a su casa.
El caso es que me comentaba mi padre ayer, y no le falta razón, que este tipo de actos son curiosos cuando hablamos de fronteras. A nadie se le escapa que, de los seis pueblos que he citado antes, cuatro pertenecen a un municipio, y a una comunidad autónoma y los otros dos a dos municipios distintos de una comunidad autónoma distinta. Y ahí están los seis como si tal cosa. Igual que se juntan en las parzonerías, igual que en esas seculares costumbres que relacionan a los vascos de ambos lados de los pirineos. Por encima de fronteras y sinsentidos; con el sentido común que da la vida día a día; con la fuerza que da la convivencia y las relaciones humanas.
Muchos tendríamos mucho que aprender de estas lecciones que la vida nos esconde en una ermita perdida, en una montaña, en una cueva, en definitiva, en nuestra historia.
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