Eso es lo que parecen pensar algunos y así parece que quieren parar el tiempo. Pero las bombas nada pueden contra el ritmo de las agujas y en lo que a razones se refiere, a menudo logran lo contrario de lo que pretenden. Como ocurre en el caso del TAV. Se tiene la impresión de que lejos de movilizar voluntades, la campaña de bombas y agresiones a las máquinas y a las empresas están consiguiendo que aunque sea sólo por llevar la contraria, a la gente hasta le vaya cayendo simpático el tren chu chu este.
Y es que aparte de las cuestiones dialécticas, resulta curioso ver como se defienden postulados teóricamente ecologistas a bombazos. Vamos, tan consistente como quemar contenedores para luchar contra una incineradora. Como si el político afán que promueve el incendio le sustrayese el humo y sus efectos contaminantes. O como buscar un mundo más justo a golpe de injusticias delirantes. O como aspirar a conseguir la libertad usando técnicas mafiosas. O como star en contra por sistema, para luego ser los primeros en reclamar sus ventajas y recursos.
Son como la antítesis del rey midas, ensucian todo lo que tocan y lo pervierten haciéndolo dificilmente defendible aunque lo sea. Pero eso sí, ellos nunca se confunden. Nunca son culpables, y en eso quizás no les falta razón. Son en el amplio sentido de la palabra unos irresponsables.
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